Anoche vi GAINSBOURG (VIDA HEROICA), de Joann Sfar. Para el observador interesado en el tema, la película resulta muy instructiva para comprobar una vez más el enorme abismo que separa el cine del cómic. Es que no tienen nada que ver, pero nada de nada. La cuestión va más allá de que el lenguaje de planos y contraplanos y el montaje funcionen de manera distinta, de que la visión en tiempo real de una película sea completamente distinta al ritmo de lectura de un tebeo, etc. En efecto, Sfar, debutante en el cine, no domina ese lenguaje y se le nota, sobre todo en la primera parte de la película, que parece haber sido rodada en sentido cronólogico porque las primeras escenas están rodadas, y montadas, de manera mucho más chusca y ramplona que las de la segunda mitad, donde la película consigue levantar un poco el vuelo -da la sensación de que Sfar ha ido aprendiendo a velocidad de crucero conforme rodaba- hasta que se estrella en la parte final por problemas de estructura y de no saber bien cómo terminarla.
La cuestión, como decía, va más allá del plano-contraplano, los insertos o la puesta en escena dentro de un decorado que hay que filmar. Tiene que ver con la propia materialidad del cómic. Por eso unas imágenes inmóviles, que se leen impresas, DIBUJADAS, pueden resultar muy graciosas y disfrutables, y en ese terreno, el del DIBUJO, Sfar puede estar muy inspirado, de hecho a menudo lo está. En SUS TEBEOS, claro. Porque la base del cómic es el dibujo, y hay un placer intrínseco en ver dibujos, sobre todo si tienen el desparpajo y talento de un gran dibujante como Sfar. Pero a lo mejor, digo a lo mejor, no es buena idea trasladar al cine tal cual ese mismo tipo de ocurrencias o digresiones en la narración, o el mismo tipo de frases, porque si dichas y "actuadas" por
monigotes dibujados en papel pueden quedar geniales... en la imagen real en movimiento del cine, dichas y actuadas por actores (con la "literalidad" carnal que ello supone), pueden no tener ni puta gracia. La escena en que el joven Gainsbourg se pone a bailar en la escuela de niños ejemplifica lo que digo. No está bailando ningún dibujo, no baila ninguna caricatura como en las páginas chispeantes de Sfar (KLEZMER, por ejemplo). No, está bailando "en plan loco" un señor de carne y hueso, un actor (tan feo como era el Gainsbourg real), y por eso la escena es un coñazo. Hay más secuencias de este palo a lo largo del filme, me temo.
La película es puro Sfar de principio a fin, esto conviene dejarlo claro. Lo que estoy diciendo justamente es que
el mismo Sfar, que en los tebeos puede funcionar de puta madre porque ése es su universo natural, no funciona en una película. Otro ejemplo de por qué el filme no llega a despegar realmente es comprobar lo ridículo que queda en pantalla
ese muñeco álter ego de Sfar (tipo EL LABERINTO DEL FAUNO, para entendernos), que se entromete constantemente en el plano hasta que llega un punto en que sólo le pides a dios (a Sfar) que no vuelva a salir más. Es un intento baldío de trasladar la "magia del dibujo" a la gran pantalla. Esa misma idea, la del personaje álter ego, habría funcionado en cualquier tebeo de Sfar. Porque estaría dibujado. Hay más de éstas. Si en un cómic, impulsado por la dinámica de los dibujos, una digresión o improvisación basada en el gesto al dibujar puede funcionar, en cine a lo mejor no lo hacen, porque esto no es imagen dibujada, ni se lee en una página. Lo de los diálogos es especialmente llamativo porque los de esta película no tienen chispa, y Sfar es muy bueno dialogando sus tebeos con esos giros inesperados marca de la casa, puras ocurrencias que, te das cuenta leyéndolos, se le han ocurrido sobre la marcha conforme garabateaba el dibujo de la siguiente viñeta. El garabato, ésta es la clave. La lógica del garabato fue la que hizo nacer al cómic, la misma que guiaba la mano de Töpffer cuando empezó a dibujar sus "historias en estampas" allá por 1827, la que le hacía conducir a sus personajes de peripecia en peripecia. No había plan preconcebido, era un experimento, un divertimento privado para sus alumnos donde la gracia del método estaba precisamente en, como dijo Gombrich, el "garabatear y ver qué pasa". La cosa nos puede parecer tonta vista hoy, pero en su día fue un auténtico hallazgo, una revolución en la historia del arte porque ese método de garabatear propio de muchos caricaturistas, ya fuera Töpffer o un maestro del dibujo como Daumier, permitiría medio siglo más tarde dar el salto definitivo desde el academicismo a la modernidad, desde el "gran arte" tradicional al arte moderno en el que la improvisación, la expresión, la invención, serían los reyes. El arte ya no sería más el Arte, ni estaría "esclavizado" por su tradicional función de mimesis de la naturaleza. El arte seguía sus propias leyes, y eran independientes de la naturaleza.
Sfar, probablemente el heredero más claro que tenemos ahora mismo en los tebeos de la modernidad de las vanguardias (no me parece casualidad su fijación con retratar la bohemia parisina de principios del XX, véase su saga sobre el pintor Pascin, ni tampoco esos locos colores "fauve" que emplea en sus acuarelas; y con esto no estoy diciendo que "imite" a las vanguardias, lo que digo es que ha hecho suyo su espíritu, lo ha actualizado y trasladado al lenguaje del cómic), se sabe bien todas esas lecciones. Ahora bien, el "garabatear y ver qué pasa" puede servir como método perfecto en un tebeo, porque un tebeo
se dibuja, y en la lectura de los dibujos está una gran parte del placer que obtenemos de él. Pero dirigir una película es otra cosa. En efecto, con GAINSBOURG Sfar ha entrado en mi opinión en el "selecto" club del
SPIRIT de Frank Miller, al que con otro estilo le pasó tres cuartos de lo mismo que le pasa a Sfar en esta película. Y por eso ambas son lentas, torpes, aburridas y están llenas de momentos supuestamente graciosos que no tienen ninguna gracia. Porque faltan los dibujos.