No
veo el arte como algo que se está moviendo hacia un estado perfecto y sublime
en el que ya no se necesitará arte nuevo. Es más como una bestia mutante,
siempre adaptándose a su entorno, siempre cambiante. En este sentido las cosas
nunca están dichas ni hechas.
En el célebre prefacio de Las palabras
y las cosas, Foucault
cita un texto de Borges como inspirador de su libro. En concreto, un pasaje de
“El idioma analítico de John Wilkins” en el que Borges citaba a su vez “cierta
enciclopedia china” donde se recogía esta sorprendente taxonomía: “los animales
se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados,
d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta
clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con
un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el
jarrón, n) que de lejos parecen moscas”[2].
Al comienzo de Arsène Schrauwen 1 (2012; publicado en español por Fulgencio Pimentel en 2014),
el “abuelo de O. Schrauwen” viaja en 1947 desde “las heladas orillas del
Scheldt a las sofocantes playas de la colonia”, y en el barco conoce a un
anciano de labios libidinosos llamado Morrens. Mientras se zampan varias
cervezas trapenses en el bar de la cubierta, Morrens le enumera a Arsène
algunas de las cosas que va a encontrar en la colonia: “nativos maravillosos”
que, “de hecho, no son muy distintos de los europeos”, etcétera, y los dibujos
muestran las imágenes que la descripción oral del viejo despierta en la mente
de Arsène, imágenes incompletas e imaginarias de una realidad que aún no conoce
(FIG. 1). En un momento dado, Morrens le avisa del gran peligro que acecha en
la colonia y requiere “precaución extrema”: un parásito denominado gusano
elefante, un invertebrado diminuto que habita en las aguas de todo tipo, ríos,
charcas, agua del grifo, en la sopa, en la lluvia, incluso “¡¡en las
lágrimas!!”[3].
El “viejo sabio” Morrens, portador de conocimiento a los ojos del pardillo
Arsène, le da entonces un consejo que marcará su vida en las próximas semanas:
evitar cualquier líquido que no venga sellado y cerrar de manera estanca los
extremos de sus calzoncillos, puesto que “conocía a un hombre que había tenido
la ocurrencia de mear en una acequia” y el gusano elefante “había subido
nadando por el chorro de orina ¡como un salmón!”. Para concluir su enumeración
de las cosas que le esperan, Morrens menciona el otro gran peligro de la
colonia, “los hombres leopardo”. Como el niño que da sus primeros pasos en un
mundo que aún desconoce, Arsène acepta de manera acrítica lo que el “viejo
experimentado” le ha contado, y esa creencia condicionará bajo un miedo
supersticioso su estancia en la colonia.
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FIG. 1. Arsène Schrauwen 1. Olivier Schrauwen, 2012 (edición española de 2014) |
Así comienza nuestro propio viaje como lectores a un
territorio mental donde lo cotidiano se convierte en fantástico, y no porque
ocurran sucesos irreales sino por el modo en que nos son presentados los
reales. No se trata aquí tanto de lo unheimlich o inquietante freudiano, lo familiar que se torna siniestro, “aquella
suerte de espantoso que afecta a las cosas conocidas y familiares desde tiempo
atrás”,
puesto que prácticamente nada de lo que vemos en la colonia nos resulta
familiar sino más bien exótico. Se trata, a mi modo de ver, de aquello que
señalaba Foucault precisamente en Las palabras y las cosas: lo que aquí resulta imposible de pensar, y abre la puerta a lo
“fantástico”, es el espacio común en el que
podrían ser vecinas las cosas que enumera Morrens: los nativos del Congo —ese
“chaval” que le surte de huevos y trapenses a Arsène y al que por cierto no
termina de ver; su presencia resulta inquietante por invisible y fantasmal—, el
gusano elefante que aterroriza a nuestro protagonista, los hombres leopardo, etcétera. Igual que los animales amaestrados, los que se agitan como locos,
los innumerables o los dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello de
“cierta enciclopedia china”, este tipo de enumeración heteróclita solo puede
encontrarse, como indicaba Foucault, en la voz que la pronuncia, y más tarde en la página que la transcribe. “¿Dónde podrían yuxtaponerse a no ser en el no-lugar del lenguaje?”.
En efecto, ese espacio común impensable,
imposible, donde cohabitan palabras que designan cosas reales y palabras que no
corresponden a nada real solo puede existir en el lenguaje: en el relato oral del viejo Morrens, en
el relato que a su vez Arsène transmitió presumiblemente a su nieto, Olivier
Schrauwen y, finalmente, mediado por el arte de este último (dibujado “con un
pincel finísimo”, no sabemos ya si “de pelo de camello” o de marta), en las
páginas de este cómic singular y fascinante. De este modo, nuestra puerta de
entrada a lo desconocido en Arsène Schrauwen es un cambio epistemológico, una
modificación sustancial de nuestra “reja de la mirada”, parafraseando de nuevo
a Foucault, que nos conduce a un mundo ya desaparecido cuyos códigos culturales
permitían que una enumeración semejante —nativos humanos, gusanos elefante,
hombres leopardo— fuese creíble para un hombre corriente. Es, también, el
umbral hacia el pensamiento propiciado por taxonomías populares, especialmente
las no occidentales. Cuando Arsène desembarca en la colonia algo después, “en
lugar de detenerse durante un minuto para contemplar su nuevo entorno”, saca la
carta de su primo Roger Desmet, la persona que le ha invitado a visitarle en la
colonia, en la que le había dibujado de manera precisa el camino a su casa.
“Arsène aceptó inmediatamente el plano como su nueva realidad”, dice el texto,
y de repente le vemos caminar entre palabras. “El abuelo siguió las indicaciones como
un autómata” (FIG. 2).
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FIG. 2. Arsène Schrauwen 1. Olivier Schrauwen,
2012 (edición española de 2014).
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Mi ensayo sobre la obra de Olivier Schrauwen a partir de su reciente Arsène Schrauwen sigue en el segundo número de la revista CuCo, Cuadernos sobre Cómic, que puede descargarse gratuitamente aquí.
El sumario de CuCo nº 2 incluye también estudios de Rubén Varillas («El cómic, una cuestión de formatos (2): revista de cómics, fanzines, mini-cómics, álbumes y novelas gráficas»), Octavio Beares («La grafía en la historieta: modos, lugares y estéticas»), Óscar García («Magia y metaficción en Promethea: un cómic para conjurar el apocalipsis»), Raquel Crisóstomo («La lucha contra la inefabilidad: el caso de Art Spiegelman», Diego Espiña («Apuntes a Notas al pie de Gaza»), Pablo Turnes («Para leer el imperialismo. La historieta como arma discursiva en 450 años de guerra contra el imperialismo, de Héctor G. Oesterheld y Leopoldo Durañona») y Gerardo Vilches («La primera etapa de El Jueves. Un análisis de los primeros 26 números del semanario»).
Este número de CuCo también incluye ensayos de Antonio Altarriba («Los años que vivimos en viñetas. Breve sociología sentimental del tebeo en tiempos de Franco»), Julio César Iglesias («Estructuras narrativas en Watchmen») y críticas de Borja Usieto (Los surcos del azar, Thor. El Dios del trueno), Octavio Beares (Fran, Beowulf), Mireia Pérez (La propiedad), Roberto Bartual (FF 1), Geraldo Vilches (Maestros antiguos), Alberto García (Todo y nada), Valentín Vañó (Vampir) y Elisa G. McCausland (Glory).
[2] Borges,
J. L. “El idioma analítico de John Wilkins”, en Borges, J. L. Otras inquisiciones. Buenos Aires, Emecé, 1960 [1952], p.
142.
[3] Schrauwen,
O. Arsène Schrauwen
1. Traducción de César Sánchez y Alberto García Marcos, Logroño, Fulgencio
Pimentel, 2014, p. 12. Todas las citas de Arsène Schrauwen 1 en este ensayo están extraídas de esta edición española.
Freud, S. “Lo
siniestro”, en Freud, S. y Hoffmann, E.t.a. Lo siniestro. El
hombre de la arena.
Traducción de Carmen Bravo Villasante, Barcelona, José J. De la Olañeta Editor,
1979 [1919], p. 12.