miércoles, 31 de mayo de 2017

cómics en Rockdelux junio 2017

Nuevo Rockdelux ya en kioscos. Bajo esa portada con el nuevo flamenco de Rocío Márquez (flamencodelux) hay mucho contenido, pero lo que aquí nos atañe es la sección de cómic. Este mes trae el siguiente «material»:

—Artículo de Alberto García Marcos sobre la edición integral de Alack Sinner, de Muñoz y Sampayo (Salamandra Graphic), un cómic clave en la emergencia del cómic adulto latino-europeo en los setenta;
—Artículo de Daniel Ausente sobre el Baco de Eddie Campbell (Astiberri), ahora que ha terminado de editarse en España en cinco volúmenes, o la versión «campbelliana» de los superhéroes vía mitos antiguos + Robert Graves + Marvel 1960s + humor socarrón.

Reseñas de: 
* De tripas y corazón, del francés Pozla (edita Dibbuks), por Daniel Ausente;
* La Familia Carter. Recuerda esta canción, un cómic de Frank M. Young y David Lasky (Impedimenta) inspirado por Frank King (es decir, por Chris Ware también) y R. Crumb, reseña JuanP Holguera;
* Kobane Calling, del italiano Zerocalcare (Reservoir Books), un superventas en Italia reseñado por Daniel Ausente; 
* La balada de Jolene Blackcountry, de Victor Puchalski (Autsaider), o el «indie» español hoy (el de Puchalski, para más señas) según Alex Serrano;
* Oscuridades programadas, una contundente crónica de viajes por países en conflicto a cargo de Sarah Glidden (Salamandra Graphic), que el reseñista, Xavi Serra, compara en parte con el citado Kobane Calling;
* Fragmentos seleccionados, la experimentación narrativa casi «sin red» de Andrés Magán (Apa-Apa) reseñada por Isabel Cortés;
* Cortázar, biografía del escritor argentino realizada por Jesús Marchamalo y Marc Torices (edita Nórdica) que reseña Mireia Pérez.

Para cerrar estas dos páginas de cómic, una entrevista a Tom Gauld (Un policía en la Luna, entre otros títulos) realizada por el reportero dicharachero Gerardo Vilches, «nuestro hombre en Madrid». 

Pues eso es todo. De momento, claro. Hasta el mes que viene, «rockeros». O flamencos. Y pelícanos.
Foto de Alex Serrano 
Portada Rockdelux: foto de Rocío Márquez de Alfredo Arias
Diseño de Gemma Alberich

domingo, 28 de mayo de 2017

el lenguaje

«Tenemos el arte para no morir de la verdad». Es la cita de Nietzsche –que Camus recogió en El mito de Sísifo– con la que se abre La levedad, de Catherine Meurisse. Publicado en Francia el año pasado y traducido en España hace unos meses por Impedimenta, el libro es bien conocido en los medios, al menos para quien haya prestado algo de atención, puesto que está escrito y dibujado por una «superviviente» del atentado contra Charlie Hebdo de enero de 2015. Catherine Meurisse debía estar en esa reunión matutina en la redacción de la revista satírica francesa durante la cual su plana mayor fue asesinada, pero llegó tarde –según cuenta con humor autoparódico en las primeras páginas– debido a sus cuitas amorosas, que le hicieron quedarse en la cama más de la cuenta. «¿Por qué todo el mundo habla de “atentado”... si ha sido una matanza?», se pregunta la autora en dos viñetas del libro, bastantes páginas más adelante, mientras se dibuja a sí misma contemplando un atardecer en la playa. En la siguiente página, en la misma playa ya en sombras, un pterodáctilo levanta el vuelo en el horizonte. Un elemento chocante sin un significado aparente, abierto a la interpretación: el lenguaje poético. El arte.

El arte como terapia, por un lado. Meurisse produjo el grueso de este libro tras un diagnosticado shock postraumático, en el que la personalidad se «disocia» y todo pasa a verse «desde fuera». Es un mecanismo mental para evitar los efectos de la adrenalina y cortisona que el cerebro genera ante un suceso así; la disociación provoca «una anestesia emocional, sensorial, además de amnesia», explica el psiquiatra a Meurisse en otra página. «Cuando esté “re-asociada” lo contará todo en una novela gráfica», añade. 


Meurisse llegaba tarde a aquella reunión, pero «a tiempo» porque cuando aún no había concluido la matanza. «No subas a la redacción», le dijo su compañero de revista Luz desde la acera de enfrente. Refugiados en una oficina cercana, oyeron las ráfagas de fuego. Onomatopeya: Ra ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta

«–Tu padre no lo reconocerá, pero después de la llamada [de Catherine Meurisse a su madre] estuvo mucho tiempo sentado sin poder pronunciar ni una palabra.
—El terrorismo es el enemigo declarado del lenguaje» (pág. 50).

El arte como tecnología para manejar la realidad, por otro. El arte, la narración, el lenguaje simbólico en general, como necesidad humana e instrumento para explicar el mundo, la vida, a nosotros mismos. Sin lenguaje nos situamos más allá de la realidad, en «lo Real» en bruto: algo que no podemos manejar, entender o asimilar (lo inefable). Necesitamos mitos, relatos, imágenes, palabras, dibujos para poder «hacer nuestro» el mundo, tanto más cuanto más difícil resulta entender lo que ha ocurrido en él. Por volver a Nietzsche, el arte como mentira para re-velar la verdad sin perecer al contemplarla.

Meurisse, que cuenta con una larga trayectoria
en Francia como ilustradora y dibujante de cómics, demuestra un contundente dominio del lenguaje que le es propio en las gloriosas 60-70 primeras páginas de este libro. Pertenece a la tradición de Sempé, Claire Bretécher, Quentin Blake y, como ellos, dibuja maravillosamente. También tiene el filo propio del lápiz al que se ha sacado punta en la redacción de Charlie Hebdo, revista en la que Meurisse había empezado a colaborar diez años antes del atentado, con solo 25 años; en ella desarrolló su tira Scènes de la vie hormonale, en la que abordaba con humor sus relaciones sentimentales, a menudo con hombres casados, como la que cuenta al comienzo de este libro. Meurisse tiene mucha versatilidad para cambiar el tono y saltar del (gran) homenaje a sus compañeros asesinados a la autoparodia bien armada y la risa sobre «aquello de lo que no podemos reír». Pero ella sabe bien, como sus compañeros muertos, que sí podemos reírnos de todo. De nuevo, gracias al lenguaje.

Meurisse sabe también usar el diseño más allá de la retícula clásica de viñetas, porque dispone de un libro de muchas páginas para, por ejemplo, jugar con la introducción del color tras una larga secuencia en negro y grises, con el blanco de la página o con los dibujos a toda ídem. Hay un bajón de inspiración, para mi gusto, en la última parte del libro, cuando relata su «fuga» a Roma para sumergirse en el Gran Arte como consuelo durante su duelo (y de paso para escapar de la prensa y los escoltas que le puso el gobierno francés tras el atentado). Aquí caemos en el territorio de algunos tópicos: la «belleza», el síndrome de Stendhal, etc. Prefiero mil veces una página sin palabras del comienzo (pág. 9), en la que el horizonte de la playa se convierte en una suerte de Rothko –un artista que quiso hacer de sus cuadros una experiencia mística–, que toda la cháchara sobre la posible conmoción de Stendhal ante las obras expuestas en los museos de Roma (pág. 118). Al final del todo, en los créditos, encuentro una posible explicación: las primeras 71 páginas las hizo del tirón, durante el verano de 2015. El resto, más «recalentadas» en mi opinión, toda esa parte sobre Roma y una visita al Louvre para cerrar el libro, las dibujó en enero-febrero de 2016. Pero su abrazo del arte tiene sentido, todo el sentido del mundo, si hacemos caso de nuevo a la cita de Nietzsche que eligió para abrir este libro.

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La levedad
Catherine Meurisse
Traducción de Lluís Maria Todó de
La légèreté (Dargaud, 2016) 
Impedimenta, 2017
135 páginas

 
Catherine Meurisse tiene otro libro traducido por Impedimenta en 2016, La comedia literaria

domingo, 21 de mayo de 2017

soy montaña

La tradición manga-anime de sucesión de luchas de poder y consecución de retos (Dragon Ball, etc.) se convierte en La balada de Jolene Blackcountry en un ascenso místico que al final tiene más que ver con Jodorowsky que con la acción japonesa. El encargo heroico del macho-héroe que ya no está en condiciones de “actuar” (“mi acto heroico acabó hace tiempo”, dice S.A.T.A.N. en las primeras páginas) suponer pasar el testigo a la mujer-heroína, y la “lucha personal” de esta se va a prestar a lecturas de género interesantes y —esto es importante para que sean interesantes— abiertas a la interpretación. La estética manga-anime, por supuesto, le da al cómic su punto exótico que funciona como recurso formal metalingüístico. No es un “manga de verdad” aunque lo parezca, etc. Es la lectura personal de alguien que ha mamado ese material desde chico (Tezuka, Otomo, Junji Ito, Hideshi Hino, Tetsuo Hara, Goseki Kojima, todo ello mezclado con Charles Burns o Frank Miller; nos lo contó el propio autor en una mesa redonda sobre manga que tuve el gusto de moderar en el pasado GRAF de Barcelona) y ahora nos lo devuelve convenientemente deglutido y asimilado.

(Carlos Vermut ya lo hizo a su manera en Cosmic Dragon; Caramba, 2012).

De La balada de Jolene Blackcountry me encantan entre otras cosas esas "piedras místicas" tan brutas y, en general, el planteamiento visual a doble página y la espectacular tinta fotoluminiscente. Con esta última, por un lado, se representa el mundo invisible / trascendente o aquello que está “velado” en la historia y, por otro, se convierte el tebeo en un OBJETO raro y valioso, que huele (mucho) y se presta a “tocamientos” varios porque ese bitono fosforescente tiene un volumen considerable. Aconsejo por ello hacerse cuanto antes con este tebeo antes de que se agote (edita Autsaider). 

El objeto en sí por cierto, formato “seudo-álbum”, en tamaño y número de páginas, certifica definitivamente las nuevas rutas que están tomando los jóvenes autores en lo que podría llamarse post-novela gráfica (seguro que Santiago dijo algo al respecto; en efecto, acabo de buscarlo, aquí, 2013, y aquí, 2016), lo que a su vez certifica la libertad que ha traído la novela gráfica a la hora de que el autor, ya responsable total de su obra, se plantee hacer con sus tebeos, literalmente, lo que le da la real gana. Temas, tratamiento formal, formatos, número de páginas, y así hasta el “infinito”. Ya no hay “revistas” de cómic a las que entregar X número de páginas mensuales; no hay un “formato estándar” al que ajustarse, no hay “géneros de ficción” que te pide el editor, al menos en mercados como el español, etc., etc., etc. 

La única pega para mi gusto de este Jolene: igual, quizá, a veces no hacían falta los textos místico-verborreico-macarrónicos, aunque también tienen su parte de risa. No lo sé, ¿eh? Solo me ha dado a veces esa impresión. El responsable de este objeto extraño, Victor Puchalski, es un autor definitivamente a seguir que no se ha estancado con Enter the Kann (Autsaider, 2016) y parece que no quiere repetirse de ningún modo. De hecho, una vez leído, este Jolene parece el "paso lógico" para superar aquello.

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La balada de Jolene Blackcountry
Victor Puchalski
40 páginas
Ausaider, 2017
Rústica, tinta sobre negro y fotoluminiscente

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(empiezo aquí unas minirreseñas sobre aquellos cómics que vaya leyendo. En ellas no atenderé a criterios “políticos” ni de “relevancia” o similares; no se trata de reseñar lo “más importante del año” ni nada por el estilo. Pretenden ser solo algunas notas sobre los cómics que acabo de leer y sobre los que tenga algo que decir)

miércoles, 10 de mayo de 2017

cómics en Rockdelux mayo 2017

Esa portada dedicada a The XX encierra un número de Rockdelux con un contenido extra sobre cómic. En concreto:

—dos páginas sobre Daniel Clowes, con un reportaje de Vicenç Batalla que incluye declaraciones que consiguió en el pasado Festival de Angulema y un despiece de un servidor sobre cuatro obras selectas del autor estadounidense, un clásico ya del cómic;


—una página que incluye un artículo de Daniel Ausente titulado "Beà: pesadillas de la memoria", a propósito de las nuevas ediciones de algunos cómics de los ochenta del barcelonés Josep Maria Beà, y reseñas de:

Febrero para galgos, de Peter Jojaio (Entrecomics), por Miguel Ángel Pérez-Gómez;
Cosmonauta, de Pep Brocal (Astiberri), por Laura Fernández;
La mujer de al lado, de Yoshiharu Tsuge (Gallo Nero), por Regina López Muñoz;
Un millón de años, de David Sánchez (Astiberri), por Daniel Ausente;
Nuevas estructuras, de Begoña García-Alén (Apa Apa), por Isabel Cortés;
Roco Vargas. Júpiter, de Daniel Torres (Norma), por Daniel Ausente.

Y eso es todo de momento. El próximo mes, más cómics en Rockdelux.