«Tenemos el arte para no morir de la verdad». Es la cita de Nietzsche –que Camus recogió en El mito de Sísifo– con la que se abre La levedad, de Catherine Meurisse. Publicado en Francia el año pasado y traducido en España hace unos meses por Impedimenta, el libro es bien conocido en los medios, al menos para quien haya prestado algo de atención, puesto que está escrito y dibujado por una «superviviente» del atentado contra Charlie Hebdo de enero de 2015. Catherine Meurisse debía estar en esa reunión matutina en la redacción de la revista satírica francesa durante la cual su plana mayor fue asesinada, pero llegó tarde –según cuenta con humor autoparódico en las primeras páginas– debido a sus cuitas amorosas, que le hicieron quedarse en la cama más de la cuenta. «¿Por qué todo el mundo habla de “atentado”... si ha sido una matanza?», se pregunta la autora en dos viñetas del libro, bastantes páginas más adelante, mientras se dibuja a sí misma contemplando un atardecer en la playa. En la siguiente página, en la misma playa ya en sombras, un pterodáctilo levanta el vuelo en el horizonte. Un elemento chocante sin un significado aparente, abierto a la interpretación: el lenguaje poético. El arte.
El arte como terapia, por un lado. Meurisse produjo el grueso de este libro tras un diagnosticado shock postraumático, en el que la personalidad se «disocia» y todo pasa a verse «desde fuera». Es un mecanismo mental para evitar los efectos de la adrenalina y cortisona que el cerebro genera ante un suceso así; la disociación provoca «una anestesia emocional, sensorial, además de amnesia», explica el psiquiatra a Meurisse en otra página. «Cuando esté “re-asociada” lo contará todo en una novela gráfica», añade.
Meurisse llegaba tarde a aquella reunión, pero «a tiempo» porque cuando aún no había concluido la matanza. «No subas a la redacción», le dijo su compañero de revista Luz desde la acera de enfrente. Refugiados en una oficina cercana, oyeron las ráfagas de fuego. Onomatopeya: Ra ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta ta
«–Tu padre no lo reconocerá, pero después de la llamada [de Catherine Meurisse a su madre] estuvo mucho tiempo sentado sin poder pronunciar ni una palabra.
—El terrorismo es el enemigo declarado del lenguaje» (pág. 50).
El arte como tecnología para manejar la realidad, por otro. El arte, la narración, el lenguaje simbólico en general, como necesidad humana e instrumento para explicar el mundo, la vida, a nosotros mismos. Sin lenguaje nos situamos más allá de la realidad, en «lo Real» en bruto: algo que no podemos manejar, entender o asimilar (lo inefable). Necesitamos mitos, relatos, imágenes, palabras, dibujos para poder «hacer nuestro» el mundo, tanto más cuanto más difícil resulta entender lo que ha ocurrido en él. Por volver a Nietzsche, el arte como mentira para re-velar la verdad sin perecer al contemplarla.
Meurisse, que cuenta con una larga trayectoria en Francia como ilustradora y dibujante de cómics, demuestra un contundente dominio del lenguaje que le es propio en las gloriosas 60-70 primeras páginas de este libro. Pertenece a la tradición de Sempé, Claire Bretécher, Quentin Blake y, como ellos, dibuja maravillosamente. También tiene el filo propio del lápiz al que se ha sacado punta en la redacción de Charlie Hebdo, revista en la que Meurisse había empezado a colaborar diez años antes del atentado, con solo 25 años; en ella desarrolló su tira Scènes de la vie hormonale, en la que abordaba con humor sus relaciones sentimentales, a menudo con hombres casados, como la que cuenta al comienzo de este libro. Meurisse tiene mucha versatilidad para cambiar el tono y saltar del (gran) homenaje a sus compañeros asesinados a la autoparodia bien armada y la risa sobre «aquello de lo que no podemos reír». Pero ella sabe bien, como sus compañeros muertos, que sí podemos reírnos de todo. De nuevo, gracias al lenguaje.
Meurisse sabe también usar el diseño más allá de la retícula clásica de viñetas, porque dispone de un libro de muchas páginas para, por ejemplo, jugar con la introducción del color tras una larga secuencia en negro y grises, con el blanco de la página o con los dibujos a toda ídem. Hay un bajón de inspiración, para mi gusto, en la última parte del libro, cuando relata su «fuga» a Roma para sumergirse en el Gran Arte como consuelo durante su duelo (y de paso para escapar de la prensa y los escoltas que le puso el gobierno francés tras el atentado). Aquí caemos en el territorio de algunos tópicos: la «belleza», el síndrome de Stendhal, etc. Prefiero mil veces una página sin palabras del comienzo (pág. 9), en la que el horizonte de la playa se convierte en una suerte de Rothko –un artista que quiso hacer de sus cuadros una experiencia mística–, que toda la cháchara sobre la posible conmoción de Stendhal ante las obras expuestas en los museos de Roma (pág. 118). Al final del todo, en los créditos, encuentro una posible explicación: las primeras 71 páginas las hizo del tirón, durante el verano de 2015. El resto, más «recalentadas» en mi opinión, toda esa parte sobre Roma y una visita al Louvre para cerrar el libro, las dibujó en enero-febrero de 2016. Pero su abrazo del arte tiene sentido, todo el sentido del mundo, si hacemos caso de nuevo a la cita de Nietzsche que eligió para abrir este libro.
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La levedad
Catherine Meurisse
Traducción de Lluís Maria Todó de La légèreté (Dargaud, 2016)
Impedimenta, 2017
135 páginas
Catherine Meurisse tiene otro libro traducido por Impedimenta en 2016, La comedia literaria
domingo, 28 de mayo de 2017
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