«La exposición de 1990 "High and Low: Modern Art and Popular Culture" intentaba lidiar con el tema, que entonces empezaba a ponerse de moda, de cómo las artes populares interactuaban con las minoritarias. Desgraciadamente, la exposición desperdició la oportunidad, ratificando meramente los gustos de siempre del museo y sus predisposiciones jerárquicas. Expusieron las pinturas de Lichtenstein y luego tenían, en una vitrina pequeña, las humildes viñetas de cómic que birló para componer sus cuadros de gran tamaño, sin ni siquiera citar el nombre de los dibujantes de los tebeos... lo que simplemente confirmaba aquello que estaba implícito en las pinturas de Lichtenstein: que los artefactos originales eran despreciables. Había pinturas de Miró en la pared al lado de Krazy Kats porque, al menos por lo que me pareció adivinar, ambos tenían lunas crecientes y paisajes surrealistas. Me gustan los dos, pero se veían incómodos uno junto al otro. Francamente, el Herriman, por muy bonito que sea a su manera, no queda igual de bien en una pared que algo que fue hecho para colgarlo en ella. Por entonces lo entendía así: "Supongo que la pintura gana en la pared y el cómic en el catálogo". Los cómics quedaban mejor [en el catálogo] porque estaban hechos para la reproducción».
Art Spiegelman, en
MetaMaus, Pantheon, 2011, pp. 203-204, un libro extraordinario que por cierto
acaba de traducirse al castellano (Reservoir Books-Mondadori).
La idea de que un cómic está pensado y hecho para su reproducción, al contrario que una pintura o escultura –hechas para verse en un lugar de exposición, como objetos, únicos y originales–, aún no parece tener demasiadas consecuencias para algunos. Conozco a un profesor de pintura, pintor sobresaliente, que no se cansa de repetir: "recordad que una pintura no es simplemente una imagen, contiene materia, es un objeto". Bien, un cómic sí es ante todo imagen, y desde luego se concibe y ejecuta para su reproducción, no como un objeto único para verse colgado de la pared de un museo. Art Spiegelman habla mucho en
MetaMaus sobre cómo realizó su memoria familiar sobre el Holocausto, el célebre
Maus, pensando siempre en cómo se vería impreso. Esta idea le llevó, entre otras muchas decisiones, a dibujar las páginas al tamaño exacto en que se verían impresas para lograr un mayor grado de intimidad con el lector. Normalmente, los dibujantes de cómic suelen preferir trabajar a mayor tamaño del que se imprimirá el tebeo –yo mismo lo hago casi siempre– porque «dibujar en grande y reducir el dibujo para la publicación lo ajusta, lo hace parecer más nítido y "profesional"», en palabras del propio Spiegelman.
Para mí está claro que Scott McCloud y su
Understanding Comics ha sido el máximo responsable de este tipo de pensamiento que, basándose en una extravagante creencia de que el elemento definidor y esencial del cómic es la secuencia de imágenes –que existe en todas las artes, ya desde las cavernas–, ha llevado a llamar "cómics" a pinturas rupestres, jeroglíficos egipcios, códices pintados que nunca se hicieron para la imprenta e incluso, ya puestos, esculturas, por qué no, y todo porque usan secuencias de imágenes. Este extravagante pensamiento, hay que aclararlo, solo existe dentro del extravagante mundillo del cómic. Fuera de él, es conveniente saber que nos van a mirar muy raro si pretendemos convencerles de que la Capilla Sixtina, la Columna de Trajano o una serie de cuadros en secuencia de Goya es un "cómic".
Se puede jugar a eso, es decir, a intentar legitimar culturalmente el cómic pretendiendo argumentar que el cómic ya estaba en las cavernas, en la Capilla Sixtina, en un códice medieval o en el friso de un monumento o una gran catedral. Pero, sinceramente, no creo que ése sea el camino. Tengo la casa llena de cómics, escribo esto con una estantería repleta de ellos detrás, y no me parece que esos cómics pertenezcan a las tradiciones de la pintura, del manuscrito iluminado o de la escultura, por muy nobles que estas sean. Creo, como muchos de los que leéis esto, que el cómic es una forma artística autónoma que cuenta con las suficientes tradiciones
internas como para haber desarrollado un
lenguaje propio de hacer, de contar las cosas. Si el cómic no es el cine de los pobres –y un dibujante de cómic no maneja ninguna "cámara" cuando planifica sus páginas–, tampoco es un "cuadro" o "escultura" de un Mundo Bizarro. En estos días dudo de la necesidad de lograr esa legitimación cultural externa, ese reconocimiento del mundo artístico, pero si uno quiere obtenerlo me parece que no va a ser intentando convencer a los expertos en arte de que una pintura es un "cómic" por mucha secuencia de imágenes que contenga. Podemos comparar aquello con esto, por ejemplo un cuadro con secuencia de imágenes a un cómic, y de hecho estoy seguro de que aprenderemos mucho de esa comparación. Pero eso es muy distinto a afirmar que ese cuadro
es un cómic.
Basta ahora en reparar en en el nombre que usamos para llamar al cómic.
Comic. Una palabra en inglés
inventada a principios del siglo XX para nombrar no a cuadros ni a esculturas, ya de la época o de siglos atrás, ni mucho menos a frisos esculpidos en secuencia, sino a páginas dibujadas que se reproducían en los periódicos de la época, páginas impresas que contenían pequeñas historias que, en principio, iban destinadas a entretener y
divertir al lector. Comic significa cómico en inglés, no está de más recordarlo, y de hecho a principios del siglo XX a aquellas páginas pensadas para ser impresas, para ser reproducidas en masa en la prensa estadounidense y llegar como llegaban a miles de lectores (por algo el cómic fue un arte
popular, de masas), se les llamaba
comicals,
funnies o, sí,
comics. Páginas como las del
Krazy Kat de Herriman, ya que Spiegelman lo cita arriba, o del no menos famoso
Little Nemo de Winsor McCay. ¿Por qué hubo que inventar palabras nuevas para nombrar a aquello si, supuestamente, se trataba de una forma artística universal que había existido desde siempre, desde que el hombre es hombre y pintaba en las cavernas? Creo, me parece a mí, que porque aquellas páginas dibujadas para la imprenta se percibían como nuevas, o al menos eran relativamente nuevas para aquel momento. No creo que el cómic se inventara entonces en Estados Unidos, soy más bien de los que piensan que esa tradición ya existía desde un siglo antes, aproximadamente, y nació y se desarrolló en Europa antes de exportarse al otro lado del Atlántico. Pero sí creo que esa es la tradición de la que nacen todos los demás cómics, es decir, dibujos hechos para ser reproducidos en masa que contaban pequeñas historias, en una sola viñeta o en varias, muy a menudo cómicas.
Comics.
No pretendo ahora
definir nada. No me gustan las definiciones, que no creo que sirvan para entender formas artísticas y tradiciones culturales. Las definiciones son esencialistas por naturaleza, es decir, ahistóricas, y yo creo en la historia. No pretendo señalar ahora una norma que dice que "un cómic debe ser impreso", ni mucho menos que "debe ser cómico", sino señalar el
hecho histórico, al menos para mí, tal como yo entiendo la historia del cómic, de que los cómics nacieron y se desarrollaron para la imprenta. Este hecho de ser un arte reproducido técnicamente por supuesto tuvo consecuencias cruciales en el desarrollo de la forma (del lenguaje) del cómic, empezando por el tipo de dibujo que se podía reproducir (las técnicas de reproducción eran mucho más limitadas en el siglo XIX y primeros del XX que hoy), siguiendo por la forma (el lenguaje) en que se contaban esas pequeñas historias dibujadas (usando o no los globos de texto, metáforas visuales, tipo de dibujo reproducible, onomatopeyas, etc.) y terminando por el hecho crucial de que el dibujante de cómic, como McCay, Herriman o Spiegelman, trabajaba en todo momento pensando cómo quedaría reproducido su cómic. Lo sigue haciendo, de hecho. Por algo muchos dibujantes de cómic viajan a la ciudad de la imprenta en que se tirará su cómic para supervisar los trabajos de impresión. Porque su obra se produce justo en ese momento, en la reproducción, no antes, y lo que los lectores verán, leerán y juzgarán serán los cómics que salgan de esa imprenta, reproducidos.
No sus páginas dibujadas a mano, por muy bonitas que éstas sean. A menudo, llenas de correcciones, manchas y tachaduras, como en las páginas dibujadas del
Maus de Spiegelman, que solo podríamos ver si vamos a la casa del autor. O bien reproducidas, una vez más, en el
MetaMaus.
Todo esto viene a cuento, en parte, de la serie que
The Hooded Utilitarian está dedicando estos días a comentar el reciente libro de Bart Beaty,
Comics versus Art, en la cual
Noah Berlatsky ha destacado una cita de Les Daniels que Beaty incluye en el primer capítulo de su libro, dedicado a discutir las (inútiles en mi opinión, haciendo una generalización) definiciones de cómic que se han dado por diferentes estudiosos. Escribe Daniels, citado por Beaty: «Los defensores del medio del cómic tienen una tendencia a hurgar en los restos reconocidos de la vasta historia de la humanidad para arrancar sucesivamente símbolos sancionados que puedan crear entre los expertos el deseado choque de reconocimiento». La cita está escrita con un estilo pomposo y pretencioso, pero sospecho que Daniels lo hizo de forma deliberada. Para imitar irónicamente a aquellos a los que se refería.
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De la misma serie:
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Herzog y la cueva de los sueños olvidados (en secuencia)
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