CitizenFour era el seudónimo que usaba Edward Snowden en sus comunicaciones digitales, y así se titula el documental (2014) de Laura Poitras que ha llegado a nuestras grandes pantallas estos días. Creo que, verdaderamente, hay que verlo para tomar conciencia de la magnitud del espionaje llevado a cabo por la NSA estadounidense y su capacidad tecnológica para rastrear datos de particulares de todo el mundo a través de compañías de telefonía, buscadores de internet, webs más usadas y redes sociales. El documental no solo muestra el alcance de este espionaje digital a través de cifras y testimonios, que ha ido mucho más allá de la «guerra contra el terrorismo» para conseguir información sobre competidores comerciales y políticos de diversos países, incluida Angela Merkel, también incluye el metraje original en el que Poitras grabó a Snowden en un hotel de Hong Kong los días previos a que revelara los documentos que demostraban la existencia del programa de la NSA. El filme alude asimismo a la huida posterior de Snowden para conseguir asilo político, contada desde el punto de vista de la cineasta a través de las noticias que le llegan; lástima que esto no se muestre en detalle, ni tampoco veamos cómo transcurrió su estancia obligada de 40 días en el Aeropuerto Sheremetyevo de Moscú, una vez que Estados Unidos le canceló el pasaporte, hasta que Rusia le otorgó asilo. Finalmente, somos testigos del acoso/espionaje a los periodistas y medios implicados en su revelación de secretos.
Tres ideas que se me han quedado grabadas después de ver el documental: 1) el cuidado paranoico que muestran Snowden y periodistas aliados para evitar el espionaje informático a través del email, del móvil e incluso de los teléfonos digitales del hotel, hasta el punto de que Snowden y el periodista Glenn Greenwald (The Guardian) terminan comunicándose solamente en persona, a través de notas escritas, como lo hizo Garganta Profunda en la investigación del Watergate, al que citan expresamente. Esa vuelta a lo «analógico» para huir del espionaje en la nube me ha recordado inmediatamente a la premisa argumental del cómic digital The Private Eye (Brian K. Vaughan, Marcos Martín & Muntsa Vicente), sobre el que he escrito recientemente (véase también el artículo que acaba de publicar Raúl Minchinela en el Rockdelux de este mes), un tebeo que por cierto empezó a publicarse (marzo 2013) varios meses antes de que el caso Snowden saliera a la luz (junio 2013), anticipándose en cierta manera a lo que estaba por venir. El guionista Vaughan, de hecho, aludió a Snowden en uno de los correos de lectores de The Private Eye, que como muchos sabréis es básicamente un hard-boiled
de detectives ambientado en una Norteamérica futurista donde ya no existe
Internet después de que un fallo en la red dejara al descubierto la «vida digital» de todo el mundo, una premisa que rápidamente sugirió al dibujante Marcos Martín que debían lanzar el cómic exclusivamente en formato digital y a través de Internet.
A mí el caso Snowden me pilló en Estados Unidos y doy fe de que causó un cataclismo en la opinión pública, impulsando un intenso debate y manifestaciones ciudadanas contra el programa de la NSA (véanse las fotos que tomé el 4 de julio de 2013 en Union Square, NYC); en las pancartas se criticaba especialmente la traición de Obama respecto a sus promesas preelectorales sobre el respeto a la legalidad y la «necesidad de dar ejemplo al mundo en el cumplimiento de la ley», porque la ley «no solo está para cuando nos conviene», como dijo antes de ganar sus primeras elecciones. Nótese el hecho de que los ciudadanos estadounidenses sí creen en los principios del país, pero también de que fue precisamente un ciudadano estadounidense («citizen four») el que reveló al mundo este espionaje masivo.
Who Watches the Watchmen?, sí.
2) Los dos principales responsables de divulgar secretos estadounidenses de los últimos años comparten el mismo destino actual, recluidos en lugares de los que no pueden salir a riesgo de ser detenidos y extraditados: Julian Assange, que aparece de hecho en el documental desde su refugio en la embajada de Ecuador en Londres; Snowden en Rusia, en una dacha de emplazamiento desconocido en la que finalmente se pudo reunir con su novia de diez años. Y me pregunto, ¿acaso no estamos hablando de un nuevo tipo de presos políticos, de un nuevo «telón de acero» para el siglo XXI?
Más: «‘Citizenfour’ y el legado de Snowden», en Guerra Eterna
Crítica de Citizenfour, por Jordi Costa