1) la propia tradición asociada a la leyenda de la Batalla de las Termópilas. Una leyenda contada, recontada y aludida en Occidente a través de los siglos en los más diversos momentos históricos, en la mayoría de casos para apelar a la defensa de la libertad frente a la opresión de una tiranía, ya externa (como el invasor persa en los hechos originales que sirvieron de base a la leyenda de las Termópilas entre los griegos de aquel lejano siglo V a.C.), ya interna (un tirano propio, que gobierna el país en perjuicio de sus súbditos). La leyenda de las Termópilas dio lugar a una rica tradición cultural que, también en contra de lo que algunos dijeron a propósito de 300 (a menudo desconocedores de esa leyenda y de la extensa tradición asociada a ella), fue estudiada a fondo y tenida muy en cuenta por Miller a la hora de elaborar su propia versión. De la leyenda, que no de los "hechos históricos". No en vano la de las Termópilas fue una leyenda cultivada y apelada profusamente, no solo por los antiguos griegos, sino posteriormente, en la edad media, el renacimiento y, significativamente, ya en la era de la ilustración y la modernidad: durante los procesos revolucionarios de finales del siglo XVIII y XIX, muy a menudo la lucha de los antiguos griegos fue asociada a las propias luchas de liberación de la época y a los ideales republicanos de libertad, razón y resistencia heroica contra la tiranía (del Antiguo Régimen, de la metrópoli inglesa en el caso de los estadounidenses, de determinadas potencias invasoras, etc.).
2) El tratamiento que Miller le dio a esa leyenda en su propia versión. Con sus personajes arquetípicos, sin una verdadera psicología, su protagonista colectivo y su exageración mítica de los hechos –son los propios espartanos los que narran en presente los hechos del pasado de la batalla, mitificándolos como relato de «victoria» aglutinador de la identidad colectiva–, incluso con el mismo grafismo elegido, Miller y Varley conseguían la suficiente abstracción como para permitir esas diferentes lecturas. Su rechazo del detalle y sus evidentes licencias de ficción, tanto en el guión como en la representación gráfica, alejaban la obra de lo concreto y lo literal y la llevaban al terreno de la alegoría. Una alegoría abierta a múltiples lecturas, éticas y políticas, y no necesariamente asociadas a la literalidad de "pueblo invadido defendiéndose de una invasión extranjera". Lecturas diferentes e, insisto, a veces contradictorias, dependiendo como he dicho de la cosmovisión e ideología de cada observador. Muchas de ellas cabían, y caben, en la misma obra. Y como dijo Eco, si vas a interpretar personalmente un texto, preguntarle al autor por su intención es irrelevante.
En su adaptación cinematográfica de 2007, Zack Snyder modificó algunos elementos importantes del cómic 300 (en más de un caso para humanizar a los espartanos, por cierto, frente al deseo expreso de Miller de retratarlos en el cómic más bárbaros que el enemigo persa), pero no los suficientes como para impedir el mismo efecto de abstracción y alegoría en el filme. En realidad, la película es sustancialmente fiel al cómic. Cuando el filme se estrenó y obtuvo un descomunal éxito internacional, la polémica fue acorde a las dimensiones de ese éxito y, efectivamente, hubo lecturas diferentes y contradictorias de la misma película. De este modo, por un lado las autoridades iraníes se rasgaron las vestiduras pensando que la película iba por ellos, y contra ellos, porque supuestamente se trataba de un producto de propaganda imperialista que pretendía justificar la invasión estadounidense de Irak –y, presumiblemente, tal vez de Irán– tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 (en esta lectura nadie parecía reparar, sin embargo, en que 300 se publicó tres años antes del 11-S, enésimo ejemplo de que las interpretaciones que hacemos de las obras siempre están condicionadas por nuestras propias circunstancias presentes). Por otro lado, con una visión parecida hasta cierto punto, agitadores como el colectivo Wu Ming hacían lecturas en la misma onda, y de paso, hay que decirlo, cometían gruesos errores fácticos a la hora de interpretar otras obras de Miller (y de Dave Gibbons) con arreglo al sentido que ya les habían adjudicado de antemano. Su lectura, no obstante, estaba bien argumentada en otros aspectos y yo diría que la película podía admitirlas igualmente.
Pero en esto va y entra en escena Slavoj Žižek, siempre dispuesto a comentar los productos de la cultura de masas más relevantes del momento, para hacer su propia lectura de 300, la película. Žižek, defensor del filme de Snyder en lo formal y en lo ideológico, hizo una lectura puramente izquierdista del mismo, refiriéndose a él como «la auténtica izquierda de Hollywood» en un artículo de 2007. Traduzco el comienzo:
300, de Zack Snyder, la saga de 300 soldados espartanos que se sacrificaron en las Termópilas para detener la invasión del ejército persa de Jerjes, ha sido atacada como la peor clase de militarismo patriótico por sus claras alusiones a las recientes tensiones con Irán y los acontecimientos en Irak... Sin embargo, ¿las cosas son tan claras realmente? La película debería más bien defenderse contra esas acusaciones.
Se pueden alegar dos argumentos; el primero se refiere a la historia en sí misma. Es la historia de un país pequeño y pobre (Grecia), invadido por el ejército de un Estado mucho mayor (Persia), en aquel momento mucho más desarrollado, y con una tecnología militar igualmente mucho más desarrollada. ¿Acaso no son los elefantes persas, los gigantes y las grandes flechas de fuego [de los persas] la versión antigua de las armas de alta tecnología? Cuando el último grupo de supervivientes espartanos y su rey Leónidas mueren bajo miles de flechas, ¿no están en cierto sentido siendo bombardeados hasta la muerte por tecno-soldados que operan armas sofisticadas desde una distancia segura, como hacen hoy los soldados de Estados Unidos que aprietan los botones de los misiles desde los buques de guerra que navegan a distancia segura en el Golfo Pérsico?Más interesante aún resulta su lectura sobre las alusiones a la disciplina espartana, fundamentales no ya en 300, el cómic y la película, sino en la misma leyenda original. Disciplina para cumplir sus propias leyes, las de su comunidad, y disciplina para sacrificarse voluntariamente por ella. Pero antes de seguir, un alto en el camino para señalar un detalle esclarecedor sobre el background milleriano. Miller, al que podemos situar en la órbita libertarian americana (con un discurso que se ha radicalizado en los últimos años hacia la derecha dura, en efecto, precisamente a raíz de los atentados del 11-S) no es precisamente un pijo de familia bien, como algunos creen y alguien ha afirmado alguna vez, sino un tipo de pueblo, emigrado a la gran ciudad en su juventud, que procede de familia trabajadora. Al habla Miller en una entrevista que le hizo Christopher Brayshaw, publicada en The Comics Journal en 1998:
Mi madre trabajaba de once de la noche a siete de la mañana como enfermera... un trabajo muy exigente, y después volvía a casa y criaba a siete hijos. Dormía una media de dos a tres horas por noche. Eso, para mí, es disciplina. Mi padre [carpintero y electricista] tenía una energía y una determinación inagotables. Creo que es imposible conseguir gran cosa sin una enorme cantidad de disciplina. Si no ser chapucero es no ser humano, prefiero no ser humano.Y ahora, vuelta a Žižek sobre 300, la película, en su artículo de 2007:
El arma principal de los griegos contra esta abrumadora superioridad militar es la disciplina y el espíritu de sacrificio; y, por citar a Alain Badiou: «Necesitamos una disciplina popular. Diría incluso [...] que ‘aquellos que no tienen nada sólo tienen su disciplina’. Los pobres, los que no cuentan con medios financieros ni militares, los que carecen de poder, todo lo que tienen es su disciplina, su capacidad para actuar juntos. Esa disciplina ya es una forma de organización». En la era actual de permisividad hedonista como ideología imperante, ha llegado el momento de que la izquierda se (re)apropie de la disciplina y del espíritu de sacrificio: no hay nada inherentemente «fascista» en esos valores.Sus palabras de hace cinco años parecen cobrar más resonancias en estos días, a este lado del (antiguo) mundo libre. En efecto, disciplina popular es lo que necesitamos ahora, porque es lo único que tenemos, lo único que nos queda ante el tirano. La libertad nunca fue gratuita, siempre hubo que luchar por ella. También estamos claramente ante ese umbral ético, el de la imposibilidad de elegir otra cosa que no sea oponerse al tirano, que en este caso no es ningún invasor extranjero. «¿No ves que esto es lo único que puedes hacer si quieres conservar tu dignidad?». Exactamente.
Pero esa identidad fundamentalista de los espartanos es aún más ambigua. Una declaración programática hacia el final de la película define la agenda griega como «contraria al dominio de la mística y de la tiranía, hacia el brillante futuro», especificada más adelante como el imperio de la libertad y la razón... Parece un programa elemental de la Ilustración, ¡incluso con un sesgo comunista!
[...] ¿Y cómo entender el aparente absurdo de la idea de dignidad, libertad y razón, sostenida por una disciplina militar extrema [...] ? Ese «absurdo» no es otra cosa que el precio de la libertad: la libertad no es gratuita, como se muestra en la película. La libertad no es algo que se otorga, se reconquista a través de una dura lucha en la que es necesario estar dispuesto a arriesgarlo todo. La despiadada disciplina militar espartana no es simplemente el opuesto externo de la «democracia liberal» ateniense, es su condición inherente, es donde reside sus cimientos: el sujeto libre de la Razón sólo puede emerger a través de una cruel autodisciplina. La auténtica libertad no es la libertad de elegir que se ejerce desde una prudente distancia, como elegir entre un pastel de fresa o de chocolate; la verdadera libertad se superpone a la necesidad. Uno hace una auténtica elección libre cuando la elección pone en juego la propia existencia… y se lleva a cabo porque simplemente «no se puede hacer otra cosa». Cuando tu país se halla bajo ocupación extranjera y te convoca el líder de la resistencia para unirse a la lucha contra los ocupantes, la razón que se nos da no es «eres libre de elegir», sino: «¿No ves que esto es lo único que puedes hacer si quieres conservar tu dignidad?». No sorprende, pues, que todos los radicales igualitarios precursores de la modernidad, desde Rousseau a los jacobinos, admiraran a Esparta e imaginaran la República Francesa como una nueva Esparta: hay un núcleo emancipatorio en el espíritu espartano de disciplina militar que sobrevive incluso cuando restamos toda la parafernalia histórica del régimen de clases espartanas, la explotación brutal de los esclavos sometidos al terror, etc.
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Más: 300: del cómic al cine, por Santiago García