Hoy tenemos post invitado. Al habla Elisa G. McCausland* (muchas gracias):
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Para entender la representación femenina es necesario ser conscientes de los mecanismos de la mirada y la doble función especular que condiciona a las mujeres como objetos. John Berger lo resume así en Modos de ver:
«La parte examinante del yo de una mujer trata a la parte examinada de tal manera que demuestre a los otros cómo le gustaría a todo su yo que le tratasen. Y este tratamiento ejemplar de sí misma por sí misma constituye su presencia. (…) los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas. Esto determina no sólo la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres sino también la relación de las mujeres consigo mismas. El supervisor que lleva la mujer dentro de sí es masculino: la supervisada es femenina. De este modo se convierte a sí misma en un objeto, y particularmente en un objeto visual, en una visión».
Esta es la teoría y los dos ejemplos propuestos – Martha Washington y Promethea – están condicionados por esta premisa. Son significantes que arrastran un significado. Un cuerpo dibujado y mucha información detrás.
De Martha Washington en Give me Liberty (1990-1991, Frank Miller, Dave Gibbons y Robin Smith) podría caerse en el error de no ver más allá de sus características raciales o de su aparente sexualidad reprimida. Considero decisiva para entender las intenciones de Miller la página en la que vemos a Martha reprogramada: habitación rosa, muñecas sobre la cama… y ella, envuelta en una toalla, hablando – acaramelada- con su supuesto novio por teléfono.
Una escena cliché que contrasta violentamente con momentos de su vida anterior – la viñeta en la que, ensangrentada y en las duchas, dice «Nada de confraternizaciones entre oficiales ¿Me explico con claridad, caballeros?» aludiendo al intento de violación de sus compañeros – porque Martha Washington, ante todo, es una superviviente; no sé si considerarla víctima o producto del sistema.
Creo que lo más certero sería decir que es una excepción legitimada por las circunstancias. De este tipo de “excepciones” se alimenta la teoría queer, por ejemplo. Martha es una mujer con un potencial, expuesta a una programación de género pero que, por pragmatismo – por supervivencia – decide otro camino. Llámalo adaptación. Como bien decía Angélica Liddell, en el momento en que la violencia contra la mujer se convierte en norma (1) «es inevitable que la mujer se reconvierta en hecho-político».
(1) Los tres mitos de los que se nutren los personajes femeninos los resume Enrique Gil Calvo en Medias miradas en Afrodita, Hera y Atenea – Puta, madre y virgen -, tres arquetipos al que sumo el de la Eva futura, un modelo donde cabría la homosexualidad femenina, amablemente retratada por Alan Moore en Promethea y Neil Gaiman en The Sandman.
Sin embargo, Miller le reserva a Martha Washington un final, no tanto “romántico”, como “maternal”. La doble función especular tiene mucho que ver en esto y la muñeca que lleva desde el principio de la historia es una metáfora visual constante. Martha Washington ofrece su imagen de soldado, pero también sabemos que es una niña asustada.
Y en “niña” encontrarán la respuesta de por qué Marta no sucumbe a la mirada masculina, desde un punto de vista romántico o sexual. Ella es una buena hija, hace el trabajo que papá Estado le dice que haga. Ella no se venga, hace justicia – y es de esta manera como se convierte en la madre Libertad -. Una virgen María posmoderna, si lo prefieren; un símbolo violentamente maternal, “una aparición” a la manera de John Berger.
La Promethea de Alan Moore y J.H. Williams III, aunque también sangre y sude, se alimenta directamente de mitos. Ella representa a la versión femenina del dador de fuego a la humanidad, Prometheo. Pero ella es eso y mucho más, precisamente porque bebe de la cábala, de la esencia femenina del árbol de la vida, de la tercera esfera que representa el concepto femenino más elevado - en el tarot, la tercera esfera es la Emperatriz, la carta de la naturaleza -. Promethea es un viaje simbólico, pero los símbolos perduran. De ahí que no sea casualidad que Martha Washington defienda la selva con su vida, por ejemplo. La fuerza de la naturaleza –madre naturaleza- es femenina.
Promethea es una excusa para hablar del poder de la mitología, pero también es un diccionario de símbolos. Alan Moore cogió el significante – el cuerpo- de una superheroína – aquellos que no vean a Wonder Woman en ella es que están ciegos - y la construyó a golpe de una auténtica colección de significados.
Las viñetas en las que las diferentes Prometheas se dan cita son una selección de representaciones femeninas a lo largo de este siglo. A pesar del componente mitológico de sus vestimentas, las variaciones en sus trajes recuerdan también los permisos culturales, pero sobre todo, la personalidad de la portadora. La doble lectura persiste. Precisamente, la Promethea que, se supone, traerá el Apocalipsis cambia de vestido para reflejar su sabiduría. Prepara “su aparición”, como madre y como puta, en las carnes de Babalon:
«Dios mío, Joel (en referencia a Promethea), esto es una puta locura. Eres la mujer más excitante que he visto en toda mi vida y, al mismo tiempo, me siento como si hablara con mi madre».
Promethea es una visión, pero enseña por la vía dura que es mucho más –el Apocalipsis entendido como un cambio de mentalidad-. La revelación, precisamente, tiene que ver con la imagen desnuda, con la verdad sin aditivos, ni significantes. Un cuerpo que es puro significado, símbolo, vehículo para que llegue el mensaje.
Para Moore el cambio es simbólico, inmaterial y femenino. En V de Vendetta, después de la violencia, venía la educación –la esperanza- de manos de una mujer. También Mina (de La Liga de los Caballeros Extraordinarios) o sus recientes Lost Girls… Las féminas de Moore son el detonante, la muerte –el cambio-, pero también la resurrección. Frank Miller le reserva ese papel a la nueva generación superheroica - Lara, hija de Superman y Wonder Woman en DK2-.
Elisa G. McCausland*
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*Elisa G. McCausland ha estudiado Periodismo en la Complutense de Madrid y está realizando una tesis en el Departamento de Teoría de la Comunicación de dicha universidad. "Se trata de un estudio sobre la representación femenina en el cómic de superhéroes -principalmente sobre Wonder Woman, por su carga explícitamente mitológica-". Elisa tuvo una pequeña sección de cómic el año pasado en el prograna de cine de Radio 3, El Séptimo Vicio, es integrante del colectivo/fanzine Rantifuso y escribe también en Fanzine Digital y en Los Noveles.
7 comentarios:
Esperando tu texto, anoche releí en la cama GIVE ME LIBERTY y me sorprendió para bien. Lo recordaba peor, y es un tebeo cojonudo. A pesar del final no del todo satisfactorio, es una saga de aventuras heroicas non-stop que se lee como un viaje en montaña rusa. Y a la vez, sin molestar a
la acción, como quien no quiere la cosa, está llena de sustancia, de discurso y temas subyacentes como los que tú comentas, Elisa, y otros. Me llamó también la atención que ahí Miller todavía escribía personajes con psicología naturalista, bastante caracterizados. Y que la historia empieza muy seria y luego se vuelve muy satírica. Ah, y que Gibbons es un diseñador MUY grande. Qué bien contado todo, qué bien diseñadas las páginas, con qué facilidad se lee todo, qué bueno es el tío.
Sobre PROMETHEA, confieso que el último volumen (V, edición española) me ha reconciliado con la serie, que dejé de leer a medio camino por lo
tostón que se me hizo todo el didactismo esotérico y mágico de Moore. Pero los últimos números le dan dado el sentido final a todo lo que había leído antes. Me han llamado la atención las ideas parecidas respecto a tebeos anteriores a PROMETHEA. Me estoy refiriendo en concreto a la "ruptura del cuarto muro" que vimos en el ANIMAL
MAN escrito por Grant Morrison (1988-1990) y sobre todo a las "revelaciones" gnósticas que
expuso Morrison en LOS INVISIBLES (1994-2000), serie de la que Moore y J.H. Williams III también han usado algunos recursos para PROMETHEA (1999-2006).
La coincidencia de intereses (bueno, y que se diga: Morrison lo hizo antes) tiene una explicación y creo que tú ya la sabes, Elisa: tanto Moore como Morrison se consideran a sí mismos gnósticos y los dos han contado que han tenido "experiencias" gnósticas, cada uno por su lado. Pero de eso ya hablaremos otro día...
He de admitir que no sabía que Morrison era gnóstico; no tenía constancia de ello, pero cuando lo has comentado no me ha extrañado lo más mínimo. La ruptura con la cuarta pared en Promethea es francamente delirante y Moore lo hace a lo largo de todo el comic, no solo en la parte final, algo que acentúa todavía más esa sospecha generalizada del caráceter "didáctico" del/este cómic.
Es cierto que a muchos lectores la parte cabalística - de subida por el árbol de la vida, sephirot a sephirot - cansó sobremanera. Es curioso, pero es mi tramo favorito de la serie, supongo que tiene que ver con mi afición por las cartas del tarot, especialmente el de Aleister Crowley, que es en el que "se inspira" Moore para crear su historia. Pero, tal y como tú apuntas, esa parte es esencial para entender el final, ese Apocalipsis que todo el mundo cree que transformará la materia, pero lo que termina cambiando es la inmateria (el terreno simbólico, la imaginación)-
«Cambiar un mundo es tan fácil como cambiar tu mente. Solo que la materia es más viscosa que la imaginación, así que lleva más tiempo» [Una de las primeras enseñanzas que recibe Promethea]
Un placer escribir para su hogar, D. Pepo ;)
El placer es mío, Elisa, muchas gracias de nuevo. No es habitual leer análisis o interpretaciones sobre tebeos realizados desde el punto de vista femenino. Y desde luego que ayudan a "cambiar nuestro mundo", nuestra visión de las cosas. A la visión de los tíos me refiero, vaya. Al menos a la mía.
Acabo de releer otra miniserie de Martha Washington, GOES TO WAR. Dejando aparte que, está sí tal como la recordaba, es bastante floja en general, y en particular la parte final, la historia de la vida de Martha avanza aquí a un nuevo estadio en el que la "niña soldado" rompe con el "papá Estado" que decías tú, Elisa, o al menos rompe con el papá Estado que le había adoptado inicialmente. A lo largo de esta miniserie, Martha toma conciencia de la corrupción e injusticia del sistema al que sirve como soldado (las fuerzas de PAX), de modo que se rebela, abandona el ejército y se une a un nuevo grupo social que pretende construir "un nuevo mundo", una especie de falansterio con tecnología de ciencia-ficción.
No me había fijado pero Babalon como mito femenino es poderoso y podría decirse que es lo que subyace en representaciones maternales y obscenas, como le ocurre al personaje que encarna Rosario Dawson en Death Proof, que es la que, además, remata a Kurt Russell...
En la Cahiers del mes pasado se puede leer un estupendo artículo sobre directores y actrices y, definitivamente, Tarantino es un postfeminista ;)
¿Qué te pareció a ti Death Proof? Yo ALUCINÉ. De momento, para mí es la obra maestra de Tarantino.
Es una de las películas que me pongo en bucle cuando estoy de bajón :)
Fuera anécdotas, me gusta, y mucho, por todo lo que representa.
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