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sábado, 11 de abril de 2009

CHICAS MILLER Vs. CHICAS MOORE


Hoy tenemos post invitado. Al habla Elisa G. McCausland* (muchas gracias):

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Para entender la representación femenina es necesario ser conscientes de los mecanismos de la mirada y la doble función especular que condiciona a las mujeres como objetos. John Berger lo resume así en Modos de ver:

«La parte examinante del yo de una mujer trata a la parte examinada de tal manera que demuestre a los otros cómo le gustaría a todo su yo que le tratasen. Y este tratamiento ejemplar de sí misma por sí misma constituye su presencia. (…) los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas. Esto determina no sólo la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres sino también la relación de las mujeres consigo mismas. El supervisor que lleva la mujer dentro de sí es masculino: la supervisada es femenina. De este modo se convierte a sí misma en un objeto, y particularmente en un objeto visual, en una visión».


Esta es la teoría y los dos ejemplos propuestos – Martha Washington y Promethea – están condicionados por esta premisa. Son significantes que arrastran un significado. Un cuerpo dibujado y mucha información detrás.

De Martha Washington en Give me Liberty (1990-1991, Frank Miller, Dave Gibbons y Robin Smith) podría caerse en el error de no ver más allá de sus características raciales o de su aparente sexualidad reprimida. Considero decisiva para entender las intenciones de Miller la página en la que vemos a Martha reprogramada: habitación rosa, muñecas sobre la cama… y ella, envuelta en una toalla, hablando – acaramelada- con su supuesto novio por teléfono.



Una escena cliché que contrasta violentamente con momentos de su vida anterior – la viñeta en la que, ensangrentada y en las duchas, dice «Nada de confraternizaciones entre oficiales ¿Me explico con claridad, caballeros?» aludiendo al intento de violación de sus compañeros – porque Martha Washington, ante todo, es una superviviente; no sé si considerarla víctima o producto del sistema.


Creo que lo más certero sería decir que es una excepción legitimada por las circunstancias. De este tipo de “excepciones” se alimenta la teoría queer, por ejemplo. Martha es una mujer con un potencial, expuesta a una programación de género pero que, por pragmatismo – por supervivencia – decide otro camino. Llámalo adaptación. Como bien decía Angélica Liddell, en el momento en que la violencia contra la mujer se convierte en norma (1) «es inevitable que la mujer se reconvierta en hecho-político».
(1) Los tres mitos de los que se nutren los personajes femeninos los resume Enrique Gil Calvo en Medias miradas en Afrodita, Hera y Atenea – Puta, madre y virgen -, tres arquetipos al que sumo el de la Eva futura, un modelo donde cabría la homosexualidad femenina, amablemente retratada por Alan Moore en Promethea y Neil Gaiman en The Sandman.

Sin embargo, Miller le reserva a Martha Washington un final, no tanto “romántico”, como “maternal”. La doble función especular tiene mucho que ver en esto y la muñeca que lleva desde el principio de la historia es una metáfora visual constante. Martha Washington ofrece su imagen de soldado, pero también sabemos que es una niña asustada.




Y en “niña” encontrarán la respuesta de por qué Marta no sucumbe a la mirada masculina, desde un punto de vista romántico o sexual. Ella es una buena hija, hace el trabajo que papá Estado le dice que haga. Ella no se venga, hace justicia – y es de esta manera como se convierte en la madre Libertad -. Una virgen María posmoderna, si lo prefieren; un símbolo violentamente maternal, “una aparición” a la manera de John Berger.




La Promethea de Alan Moore y J.H. Williams III, aunque también sangre y sude, se alimenta directamente de mitos. Ella representa a la versión femenina del dador de fuego a la humanidad, Prometheo. Pero ella es eso y mucho más, precisamente porque bebe de la cábala, de la esencia femenina del árbol de la vida, de la tercera esfera que representa el concepto femenino más elevado - en el tarot, la tercera esfera es la Emperatriz, la carta de la naturaleza -. Promethea es un viaje simbólico, pero los símbolos perduran. De ahí que no sea casualidad que Martha Washington defienda la selva con su vida, por ejemplo. La fuerza de la naturaleza –madre naturaleza- es femenina.





Promethea es una excusa para hablar del poder de la mitología, pero también es un diccionario de símbolos. Alan Moore cogió el significante – el cuerpo- de una superheroína – aquellos que no vean a Wonder Woman en ella es que están ciegos - y la construyó a golpe de una auténtica colección de significados.

Las viñetas en las que las diferentes Prometheas se dan cita son una selección de representaciones femeninas a lo largo de este siglo. A pesar del componente mitológico de sus vestimentas, las variaciones en sus trajes recuerdan también los permisos culturales, pero sobre todo, la personalidad de la portadora. La doble lectura persiste. Precisamente, la Promethea que, se supone, traerá el Apocalipsis cambia de vestido para reflejar su sabiduría. Prepara “su aparición”, como madre y como puta, en las carnes de Babalon:

«Dios mío, Joel (en referencia a Promethea), esto es una puta locura. Eres la mujer más excitante que he visto en toda mi vida y, al mismo tiempo, me siento como si hablara con mi madre».


Promethea es una visión, pero enseña por la vía dura que es mucho más –el Apocalipsis entendido como un cambio de mentalidad-. La revelación, precisamente, tiene que ver con la imagen desnuda, con la verdad sin aditivos, ni significantes. Un cuerpo que es puro significado, símbolo, vehículo para que llegue el mensaje.



Para Moore el cambio es simbólico, inmaterial y femenino. En V de Vendetta, después de la violencia, venía la educación –la esperanza- de manos de una mujer. También Mina (de La Liga de los Caballeros Extraordinarios) o sus recientes Lost Girls… Las féminas de Moore son el detonante, la muerte –el cambio-, pero también la resurrección. Frank Miller le reserva ese papel a la nueva generación superheroica - Lara, hija de Superman y Wonder Woman en DK2-.

Elisa G. McCausland*







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*Elisa G. McCausland ha estudiado Periodismo en la Complutense de Madrid y está realizando una tesis en el Departamento de Teoría de la Comunicación de dicha universidad. "Se trata de un estudio sobre la representación femenina en el cómic de superhéroes -principalmente sobre Wonder Woman, por su carga explícitamente mitológica-". Elisa tuvo una pequeña sección de cómic el año pasado en el prograna de cine de Radio 3, El Séptimo Vicio, es integrante del colectivo/fanzine Rantifuso y escribe también en Fanzine Digital y en Los Noveles.