THE AUTHORITY
Varios autores
World Comics
X-FORCE
Peter Milligan y Mike Allred
Marvel Comics
No dejo de asombrarme ante la velocidad cada vez mayor a la que la industria, ésta o cualquier otra, fagocita las modas y tendencias más nuevas. Cual Saturno con sus hijos, la maquinaria perfectamente engrasada del
mainstream devora sin miramientos a sus vástagos más atrevidos, los más llamativos y originales, para nutrirse de ellos mediante la explotación comercial de sus descubrimientos. Hallazgos que son genuinamente innovadores, verdadero arte, son rápidamente estandarizados y fabricados en serie, previa trivialización para venderlos “mejor” al gran público. Del trabajo de esos visionarios, los mamporreros de la industria copian rápidamente lo que es fácil copiar, es decir, lo formal, el envoltorio, el celofán; pero nunca el fondo, la sustancia, la esencia. Claro, la esencia es mucho más difícil de capturar y de reproducir, porque para eso
hay que tener talento, que es lo que tienen los auténticos artistas pero no sus imitadores. Así, lo que en origen es vanguardista pronto (cada vez más pronto) deja de serlo para ser deglutido, desnaturalizado y reducido a papilla por el implacable aparato digestivo de la industria. El ciclo es siempre el mismo. En el cine, en la música o en los cómics, da igual.
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Los pioneros, generalmente, sólo pueden crear con libertad en los márgenes del mercado, en sus periferias y arcenes más olvidados. Ahí se les deja hacer lo que quieran porque nadie da un duro por ellos. Si tienen la suerte (más bien el talento) de dar con la tecla -y la gente se entera de ello, claro-, les llega el éxito. Y una vez captada la atención del comprador, ya no hay vuelta atrás. La industria también se va a fijar en ellos para sacar tajada de sus logros. Sucedió a principios de los sesenta, con Atlas (luego Marvel) a punto de chapar por falta de ventas justo antes de que Lee, Kirby y Ditko dieran con EL filón. Sucedió en los setenta con Claremont y Byrne en un título maldito como X-Men, que ni siquiera un Neal Adams en plenitud de sus facultades había podido salvar años antes. Sucedió en los ochenta con Miller y Moore, que entraron de puntillas en la industria y recibieron personajes deshauciados que ya no importaban a nadie: Daredevil, La Cosa del Pantano. Tras su paso por ellos vendrían los Prestigios, la “revolución del 86”, Vertigo y toda la pesca, casi nada. Una rica herencia que durante los noventa pareció irse por el desagüe gracias a vulgares sucedáneos de aquello, a impostores y plastas del calibre de Gaiman o a guionistas retro que miraban hacia los sesenta. Y hace ahora tres años, sucedió de nuevo. Por aquel entonces, muchos de nosotros dábamos por finiquitado el género superhéroes, viendo cómo de aburrido y rancio estaba el patio: mucho revival y mucha nostalgia, pero de darle al magín para inventar algo nuevo, nada de nada. Sin embargo, cuando menos lo esperábamos, justo como en la vida misma, aparece (mayo de 1999) algo como
The Authority, de Warren Ellis y Bryan Hitch. Y de nuevo unos autores desconocidos para el gran público, gente con talento y voluntad de innovar a los que se les había dado libertal total, conseguían sorprendernos, interesarnos, incluso entusiasmarnos. Aun cuando en
The Authority había elementos reconocibles, había también cosas nunca vistas, o mejor dicho, nunca vistas
de aquel modo.
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No hay que olvidar que cualquier creador parte siempre de cosas ya inventadas por sus mayores; nadie nace sabiendo. Lo que realmente da originalidad a sus creaciones es tener una visión propia y saberla aplicar a todo ese bagaje que han mamado. Incluso inteligencias superiores como Kirby, Ditko, Miller o Moore partieron de materiales que no eran suyos; la cuestión es que supieron hacerlos suyos porque se esforzaron en pensar de manera distinta a sus coetáneos. Eso y no otra cosa es el progreso, cultural en este caso. Y en
The Authority había sucedido algo parecido. En ella se llevaban los superpoderes al terreno de la política y el poder reales (Moore ya lo había hecho primero en
Miracleman, Miller en
Dark Knight) y también se jugaba la baza de lo impredecible en los argumentos (ya lo habían hecho antes Claremont y Byrne en
La Patrulla). Se asimilaban lecciones aprendidas del manga (destrucciones masivas, hiperviolencia, narrativa cinética, acelerada y muy visual; diálogos mínimos pero exactos) y se inyectaba esa adrenalina, esa visceralidad y exceso que Miller había aportado a los superhéroes. También estaban presentes el humor negro, los personajes cínicos y malhablados, el fondo político-subversivo, todos del palo Vertigo (John Constantine y
Predicador sobre todo, pero también
Invisibles). Había también ciencia-ficción (como en todos los superhéroes clásicos, desde Superman hasta la Marvel de Kirby) y la herencia conceptual más lejana de la Edad de Plata (
Liga de la Justicia de America), junto al sentido de la grandiosidad de
Los Vengadores o de la mucho más reciente
JLA de Grant Morrison. Cuatro décadas, en fin, del comic book USA, actualizadas por la influencia "europea" vía Vertigo y la japonesa del manga y del anime, claves en los noventa. En lo gráfico, la planificación de
The Authority era más innovadora de lo que parecía a primera vista, por sus tremendas elipsis y su formato “cinematográfico”, y el color de Laura Depuy -inédito, espectacular, utilizando el Photoshop de un modo inteligente al fin- conseguía aportar algo así como la dirección de fotografía a toda la película. La conjunción exacta de todos esos materiales conseguía ser fresca y original; las sensaciones eran razonablemente nuevas. Como la fórmula secreta de la Coca-Cola, lo que confería la originalidad al producto era la peculiar mezcla de todos sus ingredientes, no los ingredientes en sí mismos. Y queríamos más de aquello. Por supuesto, la industria se iba a encargar de proporcionárnoslo mucho más rápido de lo que podíamos imaginar.
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Casi coetáneamente a
The Authority (en realidad un mes antes) aparecía
Planetary, donde el mismo Ellis trabajaría con conceptos parecidos aunque de forma más sutil y cerebral, con más subtramas y subtextos y un trabajo de guión más serio. No me detengo más en esta magnífica serie, que ya reseñó Enrique Vela aquí mismo (
U # 21). Lo que ahora importa es que la mente pensante que estaba tras este núcleo germinal fue la misma, Ellis, un tipo oscuro que no por casualidad venía de Vertigo, otro de esos “guionistas británicos raritos”. Fue Ellis quien descubrió la piedra filosofal para los superhéroes del nuevo milenio, el que consiguió capturar algo que llevaba tiempo en el aire, esa combinación de, resumiendo, Marvel+Vertigo (en el sello Marvel Knights se intentaba algo parecido desde un año antes, con resultados mucho más irrelevantes y olvidables).
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Tras abandonar Ellis y Hitch
The Authority, fueron sustituidos por Mark Millar y Frank Quitely, quienes, para sorpresa de todos, consiguieron elevar el listón creativo, sublimando los conceptos y añadiendo más leña a aquel fuego. Millar hizo que todo en la serie fuese MÁS. Más político, más sarcástico, más extremo, más irreverente, más imprevisible. También jugó con los clichés superheroicos para destrozarlos de modos que el lector nunca era capaz de anticipar. Y planteó de manera más bruta y directa que Miller (Frank) cuestiones políticas peliagudas: ¿por qué los superhéroes siempre van a por criminales de poca monta, pero nunca a por “los cabrones de verdad”, el enemigo real, dictadores sanguinarios, gobiernos corruptos, servicios secretos que practican terrorismo de Estado, grandes corporaciones sin escrúpulos? Es decir, ¿por qué no van nunca contra El Poder? Por su lado, Quitely, con su impactante estilo (¿Corben+Hermann+Talbot?) y una planificación inaudita, a años luz de cualquier otra cosa, demostraba que se había convertido en el dibujante más completo y original que había en el mercado de superhéroes USA; de hecho, lo sigue siendo a día de hoy.
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La voz se corrió, el público respondió, la maquinaria se puso en marcha. Hoy, apenas tres años después, a
The Authority le han crecido los enanos. Lo que hasta hace muy poco nos parecía nuevo, ya es viejo y ha sido incorporado a la cadena de montaje. No es sólo que la propia
Authority hace tiempo que derivó hacia una pálida imitación de sí misma, una vez que Millar y Quitely fueron sustituidos por manos menos capaces (cuando escribo esto, la serie parece cancelada definitivamente en USA por efecto de la autocensura post 11-S), sino que también han aparecido un montón de colecciones nuevas que son puro
Authority, o mejor dicho, que pretenden serlo. Promovidas desde Marvel, ansiosa por exprimir el filón, tenemos series como
Ultimate X-Men, que visualmente es lo mismo. Para escribirla captaron a Millar, claro, y le pusieron un dibujante mediocre pero muy comercial (Adam Kubert) y un color que emulara apropiadamente al de Laura Depuy. Uno mira las páginas de aquello y no sale de su asombro: no, no es
Authority aunque lo parezca. Luego tenemos
New X-Men, ahora publicada por estos lares. En ella, a falta de Ellis o Millar, se consigue a Grant Morrison como guionista, que para ciertos editores estadounidenses debe venir a ser más o menos lo mismo; de dibujante escogen, cómo no, a Quitely. Sin embargo, y a pesar de que esto es lo mejor que se ha hecho con
La Patrulla en años, la magia de
Authority tampoco consigue repetirse aquí: en los primeros números de
New X-Men no hay demasiadas sorpresas y hallamos lo mismo de siempre; por mucho que se intente disimular, esto es
La Patrulla de toda la vida, sólo que narrativa y visualmente todo es mucho más moderno y descaradamente
authorityano , y no ya porque lo dibuje Quitely (que continúa impresionante, por cierto), sino también por el color, enésima imitación del estilo de Depuy. Sin embargo, Morrison sigue siendo mucho Morrison, y aún sometido a los cánones
patrulleros, continúa escribiendo diálogos implacables y colando algunas de sus perversas e inquietantes ideas. Además, en los últimos episodios parece haber conseguido distintos y prometedores derroteros para la colección; veremos. Más recientemente tenemos
The Ultimates, con Millar escribiendo de nuevo y (hombre, qué casualidad) Hitch dibujando; la idea aquí es repetir con
Los Vengadores la misma fórmula de
The Authority. Hasta el momento he leído los cuatro primeros números y, la verdad, me han parecido muy irregulares: a ratos realmente espectaculares, a ratos espectacularmente aburridos; la cosa parece un desconcertante cruce entre
Authority primera etapa y... el
Marvels de Busiek y Ross. La pregunta, en fin, que uno puede hacerse con todo este asunto es: si
Authority ya existe, ¿por qué ese empeño en repetir algo ya hecho? Pero así no funciona la lógica de la industria.
Afortunadamente, no todo el mundo piensa de esa manera. Porque, además de todos estos títulos, más o menos derivativos de
Authority, tenemos...
X-Force de Peter Milligan y Mike Allred. Y esta colección sí que ha vuelto a demostrar que en el género hay más gente con talento y ganas de jugársela aparte de los ahora omnipresentes Millar, Ellis, Hitch y Quitely (curiosamente todos ellos, incluyendo a Milligan, son británicos, o sea, europeos trabajando para Estados Unidos, tal como pasa a menudo en su industria del cine, pero ésa es otra historia). En
X-Force, no por casualidad otra colección segundona y de capa caída, Milligan (o sea, Vertigo de nuevo) y Allred (un
indie más o menos inclasificable) han sabido aprovechar la brecha abierta por el éxito inesperado de
The Authority; me refiero a esa prisa repentina de Marvel por contratar para todas las colecciones comentadas a autores que hayan pasado por
Authority o por Vertigo, incluyendo a un antiguo editor del sello, Axel Alonso, y darles a todos libertad total. Siguiendo la estela de
Authority, Milligan y Allred han reinventado nuevamente el género pero en una dirección distinta a aquélla, sin intentar imitarla, explorando caminos poco o nada transitados. Veamos cómo y por qué (un aviso antes para quienes no hayan leído
X-Force, aún inédita en castellano: dado que Forum no la saca aquí hasta finales de año, no reventaré los detalles más impactantes de la serie. No obstante, sí voy a analizarla en profundidad, porque la serie lo merece. Fin del aviso).
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Esencialmente, esta
X-Force consiste en actualizar de modo radical el concepto X-Men de Lee y Kirby, pero sobre todo el de Adams, Claremont y Byrne. Es decir, cojamos a un grupo de inadaptados, que en el mundo Marvel quiere decir mutantes, y volvámoslos
dosmiles. Como no estamos en los ingenuos sesenta ni en los alegres setenta, sino en en mayo de 2001 (fecha de aparición de estos
X-Force en USA), la Academia Para Jóvenes Talentos significa hoy Spice Girls, Backstreet Boys, o más exactamente y por lo que nos toca,
Operación Triunfo (o como demonios se llame su equivalente en la televisión anglosajona). Es decir, los
X-Force del 2001 son un grupo prefabricado por mentes empresariales sin escrúpulos con el solo objetivo de explotarlo comercialmente: derechos de imagen,
merchandising, exclusivas para prensa y televisión. La humanidad ya no teme a estos mutantes, al contrario, son adorados como auténticos ídolos del pop; tienen
groupies y
stalkers que les acosan. La única diferencia con el mundo real es que los miembros de este grupo, en lugar de cantar y bailar, tienen superpoderes. Si incluso hay uno -la “mascota” de X-Force, Doop- que se encarga de filmar constantemente, a lo
Gran Hermano, las vidas de los miembros del grupo, sus sangrientas misiones, las bajas que causan, y que sufren en sus propias filas. Por supuesto, el trabajo de “héroes” es lo que menos les importa a estos mutantes; en realidad eso es la excusa para conseguir fama, poder, prebendas, dinero. U-Go Girl, la chica del grupo, lo deja bien clarito en este diálogo procedente del #116 USA:
“La mejor mesa del restaurante. Dinero. Sexo. Fama. Poder. Todo eso... ¿Acaso no es de eso de lo que va todo esto? Las misiones a las que vamos... son sólo el espectáculo que debemos dar para poder tener esta vida”. El planteamiento, más brutal, actual y realista -quitando el elemento fantástico, claro-, no puede ser. En nuestras sociedades post-todo, donde el materialismo parece haber alcanzando su paroxismo, ningún lector podría tragarse que, de existir mutantes en la vida real (gente que en origen son marginados, desclasados, es decir, resentidos), iban a dedicarse a defender altruistamente a la sociedad.
Consecuentemente con esta idea de “hacer el bien sólo si reporta beneficios”, las misiones de X-Force son turbias y nunca desinteresadas: intervenciones al estilo Delta Force en el Norte de África; rescate “gratis” de los rehenes de un secuestro con la secreta intención de mejorar la imagen pública de X-Force; rescate de un niño de las garras de un régimen comunista caribeño, teóricamente para evitar que experimenten con él (la sátira del affaire del niño balsero Elián González no puede ser más clara), aunque el motivo real de la misión sea que el chaval, también mutante, es pura medicina andante y tiene a las farmaceúticas detrás ansiosas por ponerle las manos encima.
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Por supuesto, no basta con que el concepto sea bueno, hay que plasmarlo en las páginas de un modo atractivo, moderno, que funcione. Milligan y Allred también han conseguido esto. Primero, llevando el factor de lo imprevisible hasta extremos verdaderamente arriesgados. Como es cuestión de destripar aquí la serie por completo, diremos únicamente que la tasa de mortalidad de este supergrupo es, bueno, bastante alta, algo justificado si tenemos en cuenta que estamos hablando de misiones de cierto realismo en plan SWAT o comandos de élite. Segundo, para elevar al cubo ese factor sorpresa, la serie cuenta además con unos personajes realmente potentes, de lo más atrevido que puede encontrarse hoy en el mercado USA -y no me refiero sólo al
mainstream–, con comportamientos inestables e impredecibles. Frente a
The Authority (menos en
Planetary) donde los personajes no importaban tanto como el espectáculo , en
X-Force los personajes lo son todo. Se trata con ellos de actualizar otro concepto Marvel revolucionario en su día, el de “superhéroes con debilidades humanas y problemas cotidianos”, así que eso también hay que llevarlo al límite si se desea que a los lectores de ahora no les parezcan ñoños estos nuevos héroes. La idea aquí es huir como de la peste de la corrección política y construir a unos “héroes” que sean
realmente imperfectos. De este modo, la mayoría de los protagonistas de
X-Force no son buena gente, porque en los círculos del
famoseo real la buena gente no abunda precisamente, y si alguien lo era al principio, deja pronto de serlo. Casi todos los personajes de la serie están envilecidos por el dinero y la fama; son cínicos, trepas, codiciosos, corruptos, manipuladores, amorales. Para decirlo de modo simplista, esto sería algo así como si Bret Easton Ellis se pusiera a escribir
X-Men.
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Pero fijémonos en algunos de tales personajes. El dirigente en la sombra de X-Force, Coach, es un tipo realmente despreciable, preocupado sólo por amasar dinero y poder a costa de la imagen pública del grupo y los índices de audiencia, verdadero trasunto de ciertos tiburones empresariales que operan en el escenario actual de la globalización económica y más concretamente del negocio mediático. A Coach no le importa hacer lo que sea para explotar el morbo del público en torno a X-Force, incluyendo enfrentarlos entre sí o planear la muerte de algún miembro excesivamente inútil o contestatario. En cuanto al primer líder del grupo, llamado significativamente Zeitgeist (para quien no lo sepa, la expresión procede del alemán y significa algo así como “el espíritu de la época”), se trata de un guaperas egomaníaco, frío, calculador, despiadado, que en el mundo real vendría a ser como ciertos ejecutivos de gran empresa o ciertas estrellas del cine/rock obscenamente ricas y poderosas. Luego está The Anarchist, un negro malencarado, macarra, chulazo e indisciplinado al que el nombre le viene que ni al pelo. Con semejante material humano, los conflictos internos en el grupo (típicos de
La Patrulla) no van a faltar, con el añadido de ese puntito
extreme tan propio de las relaciones humanas de nuestros días.
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Ahora bien, que los personajes de
X-Force sean así de contemporáneos no quiere decir que estén hechos de una pieza, algo que siempre ha preocupado a Milligan a lo largo de su obra. Hay un lado muy duro, muy feo en la mayoría de estos X-Force, eso salta a la vista, pero también un lado tierno, débil, neurótico. Y, conforme los vamos conociendo, nos sorprenden, tal como sucede con la gente de la vida real. A medida que la serie avanza y los personajes interactúan entre sí, vamos descubriendo matices insospechados de su personalidad, giros de su comportamiento que no esperábamos y que desbaratan los prejuicios que nos habíamos creado sobre ellos. Unas veces para mal y otras para bien. The Orphan, actual líder del grupo, es un mutante hipersensitivo pero también extremadamente sensible y atormentado, al que vemos
llorar durante un par de misiones y que, además, tiene serias tendencias suicidas (juega a la ruleta rusa todas las noches antes de acostarse). Sin embargo, tras varios episodios, descubrimos que no es para nada el blandengue que parecía, sino alguien con verdadera madera de líder además del único miembro del grupo con una moral digna de ser llamada así. Sensibilidad no quiere decir debilidad, y no es el mundo quien nos obliga a renunciar a nuestra ética sino nosotros mismos, es el mensaje que Milligan nos deja caer de modo sutil al insertar a este personaje, íntegro y ético, en el contexto materialista crudo y duro de la serie (de nuestra sociedad actual). Tenemos también a la pelirroja U-Go Girl, enganchada a los estimulantes, obsesionada por ser la líder del grupo, insultantemente cínica y ambiciosa, lianta y embaucadora como sólo una mujer bonita puede serlo. Pero ella también ha evolucionado de modo sorprendente, sobre todo desde que ha conocido a Orphan. Porque aquí también hay
soap opera; por supuesto,
soap opera igualmente extrema. Es como si Cíclope y Jean Grey se hubieran encontrado en el mundo actual, o sea, dos jóvenes prematuramente envejecidos por los problemas emocionales y psicológicos propios de nuestra época (hastío vital, tendencias depresivas, falta de autoestima o exceso de ella, sensibilidad como serio obstáculo para integrarse en una sociedad despiadada y embrutecida, incomunicación, individualismo, materialismo, culto al éxito, falta de valores éticos a los que agarrarse). Está claro que unos personajes así enganchan al lector actual. Milligan ha realizado un trabajo muy fino, y tan sólo unos pocos episodios le han bastado para construirlos: tienen un pasado, una personalidad, te importan, quieres saber más de ellos. Así solía pasar en los mejores tiempos de la Marvel. Tebeos de género fantástico planteando conflictos morales y emocionales, hablando de nosotros aquí y ahora.
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Además de personajes, la serie cuenta con una riqueza argumental rara de encontrar hoy día. En un mercado donde la mayoría de colecciones alargan durante números y números argumentos que a Kirby o Ditko le habrían durado un solo episodio, incluso menos, en
X-Force las tramas se suceden vertiginosamente, discurren de modo desbordante pero a la vez entrelazado y fluido, como sucedía en las buenas épocas de
La Patrulla. De hecho, en los últimos episodios, el rollito
Ricos y famosos ha dejado paso a otra cosa que aún no sabemos bien qué es. Cuando escribo esto, se están tocando temas como las relaciones sentimentales (hetero y homo), el racismo o la homofobia, siempre, por supuesto, dentro del marco argumental de aventuras (espaciales ahora mismo) y del sarcasmo políticamente incorrecto predominante en la serie, que no deja títere con cabeza: Milligan no sólo se ríe de los racistas o de los homofóbicos, sino también de ciertos tópicos victimistas y autocompasivos que la propia comunidad gay o negra maneja a veces en su beneficio. En la misma línea de avance frenético de la serie, incluso encontramos personajes que, tal como pasaba con el kamikaze Kirby, aparecen y desaparecen en un sólo número. Todo comienza a velocidad de crucero en el # 116 USA, el primer episodio que firman Milligan y Allred, un número extraordinario como hacía tiempo que no se veía, que arranca en medio de una historia ya empezada, como si hubiésemos llegado tarde al cine y la película fuese por la mitad. Milligan, más punk que nadie, se pasa por el forro la continuidad, hace tabula rasa e ignora por completo los
ciento quince episodios anteriores, que se dice pronto. Los personajes son nuevos, las situaciones son nuevas, todo es nuevo aquí. Nada de eso nos es presentado, no tenemos referencias a la que agarrarnos, y, sin embargo, la historia funciona y se entiende, todo está en su sitio, bien construido. Tras pasar la última página, asombrados, intentamos asimilar todo lo que ha sucedido en esas 22 alucinantes páginas: el apabullante desfile de personajes, definidos con unas pocas frases y acciones, los diálogos mordaces e hirientes, el humor seco y negro, la brutalidad extrema, física pero sobre todo emocional; el tono nihilista y a la vez poético que lo impregna todo. Y el desenlace, una auténtica pasada, nos deja la sensación de que después de eso puede suceder literalmente cualquier cosa. Para cuando cerramos el tebeo, ya no cabe duda: reconocemos esa emoción especial que producen las experiencias nuevas.
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En los episodios siguientes, quitando algún número de relleno, la cosa no decae sino todo lo contrario. Los personajes, ya se ha dicho, crecen y evolucionan a ritmo impensable para la mayoría de atrofiadas colecciones de hoy día; la progresión argumental es cada vez más imaginativa, entretenida y apasionante; los diálogos son más brillantes y certeros, las réplicas más afiladas. Todo tiene un trasfondo inteligente, sutilmente político, a veces filosófico y casi siempre humorístico (preferentemente sarcástico, claro, muy Vertigo, muy Milligan). Aquí hay verdadera cultura, y procede de algo tan supuestamente basura como un cómic de superhéroes. Y es que el talento no conoce fronteras, ni de géneros ni de mercados. Con talento, imaginación, voluntad y trabajo (mucho trabajo) es posible transmitir desde cualquier género ideas inteligentes, emociones hondas y verdaderas, crítica social, filosofía, lo que sea. Y además, es posible hacerlo de modo entretenido, sin dar el tostón, deleitando.
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El dibujo de Allred es otra de las piezas esenciales para sustentar el delicado mecano de
X-Force. En cuestiones exclusivamente técnicas (perspectivas, escorzos, fondos), Allred comienza tan torpe como de costumbre, pero hay que reconocer que en números posteriores el hombre se esfuerza y mejora una barbaridad, realizando su mejor trabajo hasta la fecha. Sin embargo, es en el plano estrictamente del grafismo donde el estilo de Allred encaja mejor con las ideas de Milligan. Ese aspecto tan intencionadamente pop de su dibujo, reforzado por los colores planos de Laura Allred, viene como anillo al dedo para lo que aquí se está contando, al fin y al cabo, la historia de unos iconos populares adorados por las masas. Y la actualización con un punto modernete
indie que Allred ha hecho de los viejos uniformes de la Marvel (estilo
La Patrulla original: botas remangadas, calzones) no sólo es vistosa y tiene su gracia, sino que también funciona en la historia. Asimismo, el contraste de este dibujo amable con la crudeza de lo que se cuenta queda fuerte, chocante, y añade visualmente más subtexto y textura a la narración. Por otro lado, en los rostros que dibuja ahora Allred hay un toque deprimente, melancólico, que recuerda en más de un personaje (U-Go Girl sobre todo) a los
freaks extrañamente atractivos que dibuja Daniel Clowes. Y no creo que sea casual, porque también en estos guiones de Milligan pueden sondearse ciertas resonancias de Clowes (la mezquindad, la frialdad, la autoconsciencia de los personajes; lo triste, lo vacío, lo sórdido que es todo). No en vano la década de los noventa ha dejado tras de sí un buen puñado de obras maestras paridas no en los superhéroes sino en el underground (Clowes y su quinta: Tomine, Ware, Brown, etc., ya sabemos quiénes), y cosas como
X-Force demuestran que durante todo este tiempo mucha más gente de lo que parecía ha permanecido atenta a lo que editaban Fantagraphics o Drawn and Quarterly. Milligan y Allred han leído esos tebeos, eso está claro, y da la sensación de que estaban ansiosos por incorporar algunos de los hallazgos
indies a la industria de los superhéroes en cuanto ésta se lo permitiese.
Sí, Milligan y Allred lo han hecho bien. Los editores les han dado la oportunidad y ellos la han aprovechado, ensamblando piezas de diferentes procedencias y géneros para obtener un producto fresco e innovador, que no se parece a nada que se haya hecho antes, sencillamente (es un decir) porque no se le ha ocurrido a nadie antes que a ellos. ¿Cuánto tiempo tardará en ser deglutido y clonado? Seguro que poco. De momento, lo único que podemos hacer es seguir disfrutando mientras dure. La bola que echó a rodar con
The Authority/Planetary ha crecido y está arrastrando a más creadores de primera fila, provocando una nueva revolución en los superhéroes como no habíamos visto desde hace quince años. Ahora tenemos a Peter Bagge haciendo
Spider-Man. ¿Qué vendrá después? Tampoco podemos saberlo, pero ahí está la gracia. Lo único que sabemos es que, definitivamente, esto mola, y no queremos perdernos un solo detalle.
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X-FORCE, como muchos sabéis, se convirtió poco después en X-STATIX. El texto anterior procede de una reseña doble que publiqué en la revista U nº 24, junio de 2002. No he retocado nada del texto original. Evidentemente, quien la escribió fue otra persona, porque yo he cambiado y soy alguien distinto. Hace casi diez años de aquello, y hoy no emplearía determinadas expresiones ni hubiera escrito algunas de esas ideas, o las diría de otra forma. Pero me ha parecido interesante rescatar la reseña porque refleja cómo eran las cosas en las series más renovadoras que se hacían en el comic book de superhéroes a comienzos de los 2000, o mejor dicho, cómo veía yo las cosas entonces. Creo que la situación actual se merece un comentario por comparación con aquellas "promesas" de 2002, o mejor dicho de nuevo, con las promesas que yo creía ver entonces. Pero será mejor hacerlo en un futuro post. Coming soon.