viernes, 14 de marzo de 2014

salvajes de carretera


Un extraño hilo conductor me ha conducido esta mañana desde el libro que había sacado Hadaly de la biblioteca, Mierda y catástrofe, lo ultimísimo de Fernando Castro, «lo más suyo como tú y yo sabíamos» (parafraseando con cariño al difunto Joaquín Luqui), hasta el careto machacado de Mel Gibson tras ser apaleado, y casi podemos suponer que violado en elipsis, por salvajes muy salvajes de carretera.

Resulta que uno de los ensayos del libro de Fernando (quien por cierto estará en Málaga en una charla junto a Vicente Matallana el próximo martes 18 de marzo, en el centro cultural La Térmica, 18:00 horas) comienza, en alusión a la catástrofe y a las películas de, citando la ya célebre definición que dio J. G. Ballard de Mad Max 2 como «la Capilla Sixtina del punk». La primera de la saga Mad Max la he visto muchas veces, porque suelen reponerla en la tele, pero la segunda, es curioso, no la había vuelto a revisar desde finales de los ochenta, y la vi el otro día. Es una película que, siendo niño, imaginé durante mucho tiempo antes de poder verla realmente. Ese póster de ahí abajo lo tuve colgado durante años en mi dormitorio infantil, el que compartía con mi hermano pequeño. A través de los relatos de compañeros de colegio que la habían visto, dichosos ellos, la película fue pasando a un territorio mítico donde las «escenas más impactantes» eran contadas y recontadas en una suerte de historia oral, hasta el punto de que incluso los que aún no habíamos podido verla nos la sabíamos de memoria. La escena del boomerang (como buena película australiana) y los dedos cortados, el malote con el corte de pelo punk (o «mohawk», algo sobre lo que volveré enseguida), el jefe más malote aún con la máscara de hockey, la recortada de Mad Max, la larga persecución final. Esto era muy habitual entonces entre la chavalería, cuando las películas solo se podían ver en cine, no llegaban al videoclub hasta varios años después (cuando hubo reproductores de video domésticos y videoclubs en España, claro) y si te las perdías en su estreno te jodías durante años. El fenómeno de historia oral «metamítica», donde los mitos modernos del cine eran reconvertidos a su vez en mitos infantiles que unos niños se contaban a otros, exagerando y embelleciendo donde había que hacerlo, es el mismo que sucedió en mi colegio y barrio con La guerra de las galaxias, La Cosa (versión de Carpenter), Alien y otras por el estilo. Seguro que en el vuestro también.
¡UN HOMBRE QUE VALE POR CIEN! Total, que vista ahora Mad Max 2, dirigida por George Miller igual que la primera de la saga, hay que decir que la película es cojonuda. Lo sigue siendo. Un claro western, por mucho postapocalipsis que se meta para modernizar el invento: hay asedio de «indios» (los salvajes blancos de las crestas «mohawk»), hay flechas, hay círculo de carromatos (sustituidos por vehículos a motor, autobuses blindados caseramente, etc.), hay diligencias (camiones) acosadas y hay por supuesto un héroe solitario. Un forastero que, como el clásico héroe de frontera americano, es un héroe reticente, que se resiste a serlo (detalle muy importante en ese arquetipo heroico de la cultura estadounidense) y a ayudar a los demás; un maverick que llega desde la tierra salvaje, el páramo, el desierto, para ayudar a la comunidad y luego seguir su camino en solitario mientras perdemos de vista su silueta en el horizonte (lejano). Sustituimos a Mel Gibson (viéndole aquí queda claro por qué estaba destinado a ser una estrella) por John Wayne, Alan Ladd (Shane, Raíces profundas) o Clint Eastwood (Por un puñado de dólares; El jinete pálido, remake inconfeso de Shane) y tenemos al héroe de frontera típico del western moderno. Como ya sucedió con Kurosawa y Leone, algunas de las relecturas más interesantes de ese arquetipo heroico norteamericano se hicieron en otras culturas, en este caso la australiana.


La fisicidad con que están rodadas las múltiples escenas de acción de Mad Max 2 no es la menor de sus virtudes, con esa concreción (y me apuesto que muchas hostias de verdad entre los especialistas que las rodaron) que exigía su filmación antes de la llegada de los efectos especiales digitales. Pero creo que la mejor de las cualidades de esta película es su abstracción. El argumento es mínimo aunque sigue una estructura clásica, recurrente: llegada del héroe desde su mundo personal —solitario y en permanente lucha— a una comunidad; enfrentamiento con los salvajes que asolan la comunidad; aprendizaje y redención del héroe reticente que empatiza de nuevo con los demás hasta el punto de sacrificarse por ellos; muerte y resurrección simbólica del héroe; triunfo final y separación del héroe de la comunidad para volver a su vida en solitario; recuerdo mitificado de sus hazañas por el miembro de la comunidad que recuerda su legado. La película, como tantos relatos heroicos, está contada como memoria de la comunidad por uno de sus miembros, que recuerda las hazañas del héroe. No estamos asistiendo por tanto a los hechos «reales» que suceden en presente, sino a la leyenda construida en base a hechos sucedidos mucho tiempo atrás (una estructura narrativa típica de los mitos antiguos, griegos o anglosajones); al mito heroico que cimenta la comunidad, si queremos decirlo así. 300, de otro Miller, y luego de Snyder en su versión cinematográfica, está relatada del mismo modo: en pasado, por un superviviente que relata el mito heroico a los suyos.



La escasez de diálogos y la invisibilidad psicológica del personaje Mad Max (recordemos de nuevo los westerns protagonizados por Clint Eastwood), que apenas se comunica con los demás y cuyas motivaciones siempre quedan en un terreno ambiguo, impenetrable a los demás personajes y al espectador, contribuyen al efecto de desnudez argumental. El argumento, reducido al tuétano, permite a su vez la acción constante de la que se nutre la energía vibrante que emana de la película; las incesantes destrucciones de vehículos y persecuciones por el desierto terminan de darle al filme esa cualidad abstracta que la ha hecho envejecer bien. Escribe Ballard en su Guía del usuario para el nuevo milenio que «Mad Max 2 es, en cierto modo, la película de carretera por excelencia, una visión convincentemente reducionista del colapso postindustrial. Se ve el fin del mundo como una incesante carrera de demoliciones, mientras bandas de salvajes motorizados vagan por los desechos de ese desierto, imposibilitados de hablar, pensar, tener esperanza o soñar, y dedicados tan sólo a la brutal realidad de la velocidad y la violencia». 

La película está recorrida por una estética sadomasoquista-gay que se vuelve evidente en no pocas ocasiones. Si las hostias de la peli eran muy burras para la época, más inquietantes resultaban por las connotaciones fetichistas y homoeróticas con que aparecían envueltas. 300 no inventó el rollo de los cachas de torso perfecto con tableta de chocolate dándose cera entre ellos (por no hablar de la antigüedad de la cuirasse esthétique), y para comprobarlo basta volver a ver esta película de la era predigital. Ahí estaba el villano Wez, el motorista del pelo mohawk con el silencioso «joven dorado» que lleva de paquete en la moto; Wez es a su vez el «perro» (literalmente, cadena incluida) de Humungus, el musculoso jefe de los malotes que oculta su rostro bajo la máscara de hockey. No quiero dejar de mencionar la presencia en el filme de una mujer fuerte, una heroína «tan dura o más que los hombres», signo de la época inaugurado en el cine por la Ripley/Sigourney Weaver de Alien (1979) y que tendría su continuación en otros personajes femeninos de películas de los ochenta y primeros noventa.

COLAPSO POSTINDUSTRIAL. El otro gran elemento inquietante de la película que la hace relevante hoy es su premisa argumental: el mundo está hecho un asco y la civilización se ha ido a la mierda (y catástrofe) porque el suministro de petróleo se ha terminado, y todos intentan conseguir el poco que queda para alimentar las máquinas sin las cuales ya no sabemos vivir. Unos por las buenas (la comunidad de la refinería) y otros muchos por las malas (los «indios» vestidos de cuero y hombreras de fútbol americano). No deja de ser «curioso», por no decir terrorífico, que el problema del peak oil estuviera más presente en el imaginario colectivo de 1981, fecha de Mad Max 2 (el Jeremiah de Hermann había empezado en 1979, el mismo año de la primera Mad Max) que en la actualidad, cuando han pasado tres décadas y en teoría estamos mucho más cerca de ese «fin de los días», los días de la civilización industrial, que traerá el agotamiento del «oro negro». Hay una secuencia magistral que resume la poética abstracta de Mad Max 2, acaso metáfora anticipatoria: la primera vez que el héroe avista la refinería, y se aposta en una colina lejana a observar su asedio por la tribu de «punks», vemos durante un buen rato los hechos, la «comedia humana», en plano generalísimo. Y desde esa perspectiva divina los hechos desnudos son: «persecuciones» (por algo que se agota irremisiblemente) y «polvo del desierto». Una huída desesperada hacia adelante y hacia ningún sitio. 

Al 11-S, catástrofe inaugural del siglo XXI, le siguieron un par de guerras libradas básicamente por el control del preciado líquido. El «desierto» era en este caso el de Oriente Medio, y los «punks» que llegaron por la carretera (de Basora) a saquear la refinería llevaban uniforme del ejército de Estados Unidos. El país que más petróleo consume y que más claro lo tiene a la hora de saber que su entera subsistencia depende de él. 

8 comentarios:

Jordi Bravo dijo...

Mad Max es genial, las tres películas tienen momentos de puro genio cinematográfico, y eso que en principio era un subproducto de explotation tardío. Miller (George) es un director muy potente, lástima que con Las brujas de Eastwich acabó hasta los cojones de los productores y suerte de Jack Nicholson que sinó lo echan del rodaje, y desde entonces apenas a rodado nada. Sobre las hostias que comentas en Mad Max 2 murió un especialista y la escena se mantuvo y aparece en el metraje final, por voluntad de la familia. Por cierto que ya se ha acabado el rodaje de Mad Max 4: Fury Road en manos de nuevo de George Miller y rodada como las tres primeras con efectos especiales de los de antes y ninguna argucia digital. Yo tengo fe en que consigan algo bueno pese a la sustitución de Gibson por Tom Hardy.

Pepo Pérez dijo...

Si la nueva la ha dirigido Miller (George), habrá que verla. Gracias por el comentario, Jordi, un saludo.

Ernesto dijo...

¡¡¡Dos hombres entran, uno sale, dos hombres entran uno sale!!!: aunque es de la tercera, no he podido resistirme.

Es curioso, porque como dices, en la dos hay un relato que habla de hechos pasados en clave mítica, pero en la tres, que repite el esquema, el Loco Max interacciona a su vez con otro mito hasta confundirse con él (el Capitán Walker de los Niños del Mañana-Mañana), lo que impresiona en la película ese sello de confusión propia de la construcción de las leyendas, donde unos hechos se enredan con otros y distintos personajes “históricos” acaban refundidos en un héroe-patrón que a su vez admite nuevas adiciones y divisiones, lo que convierte la película en un trabajo muy elocuente sobre la evolución del mito y a su vez, paradójicamente, matiza el individualismo propio de Max en su perfil de héroe canónico y le ofrece un espejo acaso más puro en el que mirarse, el de la imagen que los Niños se han dado a sí mismos del Capitán Walker.

Es verdad que Max sale de la historia igual que en la segunda, pero aquí ya no abandona la escena como un guerrero solitario de la carretera sino como un mesías, como el padre del nuevo mañana (aunque en su descargo hay que decir que si representa ese papel es por mero accidente y siempre de manera inconsciente).

Bueno, y me dejo de historias y voy al grano: vaya par peliculones!!!.

juanan dijo...

Respecto a los choques y accidentes que se ven en la serie, en un documental en televisión explicaban que George Miller comenzó a escribir el guión de la primera película mientras trabajaba como médico de urgencias, de ahí el realismo de las escenas y sobre todo, lo que no se suele ver en las películas de acción de Hollywood, las secuelas físicas.

Respecto a la imaginería homosexual, ya estaba presente en la primera, con ese jefe de policía y los úniformes de cuero, que según leí en fotogramas, fueron comprados en una sex shop especializada en artículos para homosexuales.

juanan dijo...

Respecto al aspecto de "Western" el paisaje y la historia australiana guardan muchas similitudes con los EEUU en ese sentido. Luego está el hecho que el "Western" que aparece como género desde los mismos orígenes del cine, ha desarrollado distintos temas y maneras de narrar que han devenido universales, hasta llegar a la actualidad en que el género en sí ha desaparecido prácticamente pero su influencia sigue presente a la hora de contar historias o plantear situaciones.
Por poner un ejemplo reciente y español "tres días"

Jordi Bravo dijo...

Not quite Hollywood es un documental cojonudo sobre ese fértil periodo cinematográfico australiano, muy divertido de ver y con algunas joyas a descubrir.
Un saludo Pepo.

Jordi Bravo dijo...

Rectificación tardía, nadie murió en ningún rodaje de Mad Max, solo hubo piernas rotas. Fue una leyenda urbana sobre el film tan extendida que yo recuerdo que en una previa a un pase en TV en horario de máxima audiencia lo comentaban como verídico, en casa nos pasamos la peli intentando averiguar cuando sucedía la escena en cuestión, y no, no hubo muertos pero el modo visceral de rodar de los australianos, los mejores en escenas con vehículos segun Tarantino, contradicen toda lógica.

Pepo Pérez dijo...

Muchas gracias por la información.