domingo, 25 de septiembre de 2011

ARTE Y PRODUCTO

Mandorla alias Santiago ha dejado en su blog hace un rato una cita muy elocuente de Al Jaffee. Desde aquí aporto otra que tengo a mano, no de Jaffee pero relacionada con el mismo asunto:
Los años de la guerra y las postrimerías de los años cuarenta: ésta había sido la época de esplendor. Durante esa época, cuarenta compañías publicaban centenares de títulos protagonizados por miles de personajes. La fórmula consistía en inventar un nombre, aplicárselo a un prototipo del americano blanco, anglosajón y protestante, vestir a este prototipo con un uniforme ceñido como un guante, añadirle una capa, puede que también un antifaz y lanzarlo a conquistar su parcela del mercado. Y el mercado era inmenso: los Estados Unidos eran una nación de lectores de revistas; la gente veía en ellas la dieta esencial de sus ratos de ocio; eran tal vez menos populares que la radio, pero, desde luego, más que las películas, ya que las revistas se encontraban más al alcance del público. Y los comic books eran revistas y se vendían en los mismos sitios. Así que había muchísimo trabajo para dibujantes y guionistas que trabajaban en sus casas o en minúsculos talleres –dos o tres habitaciones, o el rincón de un desván– concentrados alrededor del centro de Manhattan, a poca distancia de las editoriales. A veces se trataba de un par de tipos que compartían el alquiler; otras, eran toda una cadena de montaje: del guionista al editor, al que dibujaba el lápiz, al rotulador y el que que pasaba a tinta, y al mensajero que entregaría las páginas a un ansioso empresario que esperaba en un edificio próximo. Historias enteras en cuestión de unos días. Comic books completos en un fin de semana. «Lo que quiero no es arte», dijo un editor. «Lo que quiero es producción». Eso era lo que él y sus colegas obtenían: producto, montones de producto.
Dennis O'Neil, «Renacimiento de la historia de los superhéroes», en HISTORIA DE LOS COMICS (Barcelona, Toutain Editor, 1983, p. 757; traducción de Jordi Beltrán, M. Domínguez Navarro y Enrique S. Abulí).

1 comentario:

Jordi Bravo dijo...

¡Somos artistas de vodevil!
Rube Goldberg