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Para quienes crecimos leyendo su
Spiderman, creo que está todo dicho. Una infancia obsesionada por
conseguir los tebeos que en España editaba malamente Ediciones Vértice, y
que llegaban de manera desordenada a los kioscos. OBSESIÓN por
Spiderman, subrayo la palabra, transmitida por la visión idiosincrática
de Ditko, cada vez más influida por el objetivismo individualista de Ayn
Rand conforme avanzaban los sesenta. Paradójicamente, el Spiderman
que Ditko y Stan Lee cocrearon era un personaje de corte cristiano,
atormentado por la culpa, siempre asaltado por cuitas de sacrificio
heroico hacia los demás: se ponía la máscara por no haber hecho nada
cuando pudo hacerlo (detener al ladrón que más tarde mataría a su tío
Ben; es decir, intentaba salvar el mundo en retrospectiva por no haber
podido salvar a su padre adoptivo), pero al mismo tiempo renunciaba a su vida personal cada vez que pensaba que su vida secreta —su carrera, su trayectoria ¿artística?— podía "afectar" a sus seres queridos (la tía May, sus novias, sus amigos). Un solitario que, como Ditko, renunciaba a una vida “normal” por mantener sus convicciones. ¿O acaso por masoquismo? O, tal vez, para evitar precisamente los compromisos de esa vida normal. ¿Qué puede salir de una generación de niños que crecimos leyendo semejantes tebeos? ¿Fascinados por un superhéroe que era perseguido por la autoridad, disfrazado con un traje que parecía de supervillano? No hace falta que responda.
(Ditko también creó al Dr. Extraño, a Mr. A, a The Question y a muchos
otros personajes, pero será recordado ante todo y sobre todo por su
extraño superhéroe adolescente con los poderes de una araña. El grupo de Michel Cloup, Experience, se llamó en principio Peter Parker Experience. En España, J de Los Planetas cantaba a comienzos de este siglo a unos tebeos de
Spiderman, releídos, "que casi no recordaba". Pues eso, todo dicho).
Mucho más en «¡El capítulo final!»