«Hablamos del caso Chaykin, en referencia al veterano dibujante norteamericano Howard Chaykin, cuya serie The Divided States of Hysteria –publicadas
por Image Comics en Estados Unidos– han provocado un torrente de
críticas y desembocado en el enésimo debate sobre la libertad de
expresión en las sociedades liberales. La controversia persigue
intermitentemente a Chaykin desde, al menos, la publicación de la serie Black Kiss en 1988: un cómic erótico de aire hard-boiled
protagonizado por vampiros transexuales que rondan Hollywood y buscan
metraje pornográfico perteneciente a la colección del Vaticano. En esta
ocasión, ha concebido una serie cuyo título ya es lo bastante explícito:
jugando con el nombre de la república norteamericana, el dibujante
describe un país sacudido por el odio racial y el prejuicio político e
inmerso, de hecho, en una segunda guerra civil. Si lo hace con éxito o
no, lo ignoro, pues no he leído la serie. De hecho, lo mismo puede
decirse de la mayoría de quienes han arremetido contra ella, pues el
escándalo se ha centrado en una de sus portadas: una superficialidad
verdaderamente significativa que remite a la histeria denunciada por el
autor. Histeria: reacción desmedida e incontrolable ante un estímulo
exterior. Para más detalle, ha sido la portada
del número 4 de la serie la que ha provocado un aluvión de protestas
que han culminado con su retirada, si bien el primer número ya contenía
una escena –el ataque contra un trabajador transexual– que ya generó
quejas entre lectores y comentaristas. La cubierta en cuestión muestra a
un paquistaní (sabemos que lo es porque su polo muestra la palabra paki en
la pechera) que ha sido linchado y cuelga en plena calle con sus
genitales visiblemente mutilados. Detrás de él, una marquesina dice
irónicamente que se ofrece «final feliz con cualquier almuerzo de la
casa».
[...] «Por otro lado, como muestra el caso Chaykin, la Red se ha poblado de
defensores de la corrección política que enarbolan conceptos tan
anticuados como el buen gusto o la moralidad pública para justificar el
ataque a las opiniones que les disgustan. Nada hay de malo en una cierta
corrección política, rectamente entendida como respeto hacia los demás.
Pero lo que contemplamos ahora es un uso espurio de la misma que, en la
práctica, conduce a una conversación pública higienizada donde nadie
debe poder jamás sentirse ofendido y sólo ciertos discursos poseen plena
legitimidad expresiva. Tal como ha señalado Timothy Garton Ash, no es aconsejable que
organicemos el debate público a partir de una noción de daño que dependa
en exclusiva de la percepción subjetiva del ofendido. Y ello, al menos,
por dos razones: porque no es sano constituir una sociedad formada por
personas que se presenten habitualmente como víctimas de la ofensa
ajena; y porque en un mundo interconectado y heterogéneo, no digamos en
la Red, siempre encontraremos cosas que nos ofendan. Es preferible,
sostiene, limitar el uso del poder público para restañar los daños
reales, objetivables, mientras construimos –esto es un desideratum–
una cultura del debate público más cívica y robusta. El pensador
británico añade algo obvio: que las palabras y las imágenes tienen un
significado abierto que depende en buena medida del contexto. Bajo estas
premisas, la retirada de la portada de Chaykin no está justificada».
—Manuel Arias Maldonado comenta el caso Chaykin en su blog de Revista de Libros, el texto sigue aquí
miércoles, 26 de julio de 2017
«histéricos anónimos»
Etiquetas:
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NUEVOS CENSORES
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