Atado a una balsa y abandonado a la deriva en el Pacífico Sur. Así apareció por primera vez el marino Corto Maltés en julio de 1967, en La balada del mar salado, una historieta de Hugo Pratt sobre piratas modernos situada en los prolegómenos de la I Guerra Mundial en la que Corto no era el protagonista aunque sí el más carismático de los personajes; de hecho, era el más simpático y ambiguo de los malos. En esa larga historia que se prolongaría durante 165 páginas comenzó la leyenda de uno de los personajes más célebres del cómic, aunque en el momento de su publicación pasase sin pena ni gloria. A partir de 1970, Pratt lo rescató como protagonista en sucesivas aventuras donde el marinero viajó por Sudamérica, Europa, África o Siberia, reencontrándose con su antagonista en La balada del mar salado, el desertor ruso Rasputín, y conociendo a personalidades reales como Jack London, el Barón Rojo o Stalin. A lo largo de estas nuevas historias –fueron veintinueve en total- Pratt dotó al personaje de un pasado.
“¡Pero Corto Martés es él!”, dijo en la vida real la hija de Umberto Eco, tan aficionada a los cómics de Corto como su padre, cuando éste la llevó a conocer a Hugo Pratt. Es cierto. A poco que se rastree en la biografía del historietista italiano, es difícil no concluir que Corto era un trasunto idealizado de su creador. Hugo Pratt (1927-1995) había nacido en Rímini aunque se crió en Venecia; de ascendencia judía y cristiana, pasó la adolescencia -y conoció la guerra- en Etiopía porque su padre, un funcionario de Mussolini, fue destinado allí. Pratt tenía 40 años cuando creó al personaje que le haría famoso, pero llevaba más de dos décadas dibujando historietas, buena parte de ellas en Argentina con obras como Sargento Kirk o Ernie Pike, ambas junto al no menos célebre guionista H. G. Oesterheld. Aventurero, viajero por varios continentes y mujeriego en la vida real, Pratt era alguien que desde joven se comportaba –en palabras de un amigo- como si fuese una estrella famosa, que se casaba en Venecia y al poco se volvía a Buenos
Aires a continuar su vida de soltero. Una vida “disipada” proclive a las juergas, a dejar embarazadas a sus amantes y a la seducción de jovencitas como las que luego, en sus viñetas, se enamoraban platónicamente de Corto: la Pandora de La balada del mar salado o la joven comunista china de Corto Maltés en Siberia. Pratt fue un lector voraz, y en su obra es visible la influencia literaria de Robert Louis Stevenson, Zane Gray y Jack London, o de historietistas como Milton Caniff. La última historia de Corto, MÛ, un relato donde vertió sus intereses esotéricos y ocultistas, se publicó en 1988, cuando Pratt había alcanzado un amplio reconocimiento mediático y su personaje se había convertido en un
icono popular que protagonizaba afiches, anuncios y películas animadas. Su visión desmitificada del género de aventuras y, en especial, su concepción del dibujo de cómic como caligrafía despojada con la que escribir, han sido una inspiración para autores como José Muñoz (Alack Sinner), Frank Miller (Sin City, 300) o Joann Sfar (El gato del rabino).
Pratt murió de cáncer en 1995, aunque, como suele decirse, su alter ego en la ficción le ha sobrevivido, y no sólo en el imaginario colectivo, sino literalmente: lo último que supimos de Corto Maltés fue a través de un diálogo de Los escorpiones del desierto, otra de las series importantes de Pratt, según el cual el marino habría desaparecido durante la guerra civil española luchando en las Brigadas Internacionales. Sin embargo, ya se ha anunciado la publicación en 2009 de una nueva historia, ambientada en la juventud del personaje y realizada por autores aún no públicos oficialmente.
--
Corto Maltés
DEMASIADO INVIDUALISTA, DEMASIADO INDISCIPLINADOUn artículo que me encargaron en El Periódico de Catalunya, lo publicaron en abril de 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario