miércoles, 20 de noviembre de 2013

CARICATURA POLÍTICA Y FIGURACIÓN PICTÓRICA


¿Tiene futuro el dibujo en la época de la tableta digital?
El realismo tiene pocos amigos entre los estetas. Puede contarse su número con los dedos de la mano. Parece que fue ayer cuando Clement Greenberg denostaba la figuración pictórica como representación consumada del sentimiento pueblerino, altamente reaccionario ante la marcha del espíritu hegeliano desde la pintura de caballete hasta elflatness. Pero no fue ayer, sigue siendo hoy. El público abarrota las exposiciones de Edward Hopper en las principales capitales de Occidente mientras las instituciones que cobran la entrada desprecian a este tipo de pintores dada su incapacidad manifiesta de colocar lo que no huele a Modernidad en el cronograma del siglo XX. Ello excluye también a artistas claramente protegidos por los filósofos, como pasa con Francis Bacon, un islote de figuración sin contexto, directamente vinculado por los historiadores con el siglo XVI. Menos mal que Frederic Jameson ha roto hace poco la baraja publicando The Antiomies of Realism, una investigación sobre las diversas variantes del realismo y de la nostalgia por los fenómenos perdidos con interesantes proyecciones sobre nuestro tiempo presente, porque hasta hace poco parecía que el grueso de los estetas seguían suscribiendo de tapadillo una variante de este formalismo historicista, solo que añadiendo su corriente artística preferida a la cola del espíritu hegeliano.
Entre las margaritas aplastadas y los huevos rotos para hacer la tortilla de la estética contemporánea podemos encontrar numerosos géneros que gozan del favor del respetable aunque no de la crítica. Es el caso de la caricatura política y de la figuración dibujada. Si a finales del siglo XVIII Goya tuvo que disculparse en el prólogo a Los caprichos porque estaba utilizando géneros como la sátira o el retrato de costumbres, que hasta entonces habían sido prerrogativa exclusiva de los escritores, hoy día parece que sus herederos tienen que pedir permiso antes de entrar en el Museo. Hemos tenido que esperar a la muestra curada este año por Massimiliano Gioni, cuya propuesta centrada en los outsiders estaba felizmente condenada —sí o sí— a incluir elementos marginales, para que maestros indiscutibles como Robert Crumb figuren en la Bienal de Venecia. No obstante, esta exterioridad del dibujo respecto a determinadas instituciones no sólo responde a las necesidades y limitaciones expositivas del White Cube, aunque resulte ciertamente incómodo consultar el cómic de La Biblia a través de una vitrina, sino sobre todo a la vitalidad comercial que todavía retiene este medio expresivo, cuyo penoso soporte material hace prácticamente inviable la especulación y el lavado de dinero, realidades tristemente vinculadas con la mercadería artística, más allá del coleccionismo freak y de la acumulación nerd.
—Ernesto Castro, sigue en SalonKritik 
(gracias, Carlos)

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