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A ese juego de espejos se sumaron los estadounidenses Karasik (Washington DC, 1956) y Mazzucchelli (Providence, 1960), quienes, pese a la difícil estructura del original, supieron levantar un relato autónomo que es y a la vez no es la novela con que Auster inició La trilogía de Nueva York (1987). Porque el tebeo no se limita a ilustrarla, la traduce enteramente al lenguaje y recursos propios de la historieta; así, el ritmo, las pausas y las elipsis no son los de la novela. Y es lógico: hablamos de cómic. Además, el uso de imágenes alegóricas, o de viñetas donde dibujo y texto se suplantan mutuamente, no se limita a encajar con el sentido del texto de Auster, sino que le añade nuevos significados.
La edición de Anagrama sorprende por su torpeza: un cómic no puede imprimirse en un papel que transparenta como el de una novela literaria, porque aquí existe un trabajo gráfico que apreciar (y el depurado claroscuro de Mazzucchelli es sobresaliente). Y si en un libro las líneas de una cara se solapan con las de la otra, disimulando la transparencia de la página, eso jamás sucede con las viñetas. También resulta llamativa la ausencia, en solapas y contraportada, de datos sobre los responsables de la adaptación: hay foto y perfil de Auster, pero no de Mazzucchelli ni de Karasik. Y son los autores de este cómic.
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