domingo, 21 de mayo de 2017

soy montaña

La tradición manga-anime de sucesión de luchas de poder y consecución de retos (Dragon Ball, etc.) se convierte en La balada de Jolene Blackcountry en un ascenso místico que al final tiene más que ver con Jodorowsky que con la acción japonesa. El encargo heroico del macho-héroe que ya no está en condiciones de “actuar” (“mi acto heroico acabó hace tiempo”, dice S.A.T.A.N. en las primeras páginas) suponer pasar el testigo a la mujer-heroína, y la “lucha personal” de esta se va a prestar a lecturas de género interesantes y —esto es importante para que sean interesantes— abiertas a la interpretación. La estética manga-anime, por supuesto, le da al cómic su punto exótico que funciona como recurso formal metalingüístico. No es un “manga de verdad” aunque lo parezca, etc. Es la lectura personal de alguien que ha mamado ese material desde chico (Tezuka, Otomo, Junji Ito, Hideshi Hino, Tetsuo Hara, Goseki Kojima, todo ello mezclado con Charles Burns o Frank Miller; nos lo contó el propio autor en una mesa redonda sobre manga que tuve el gusto de moderar en el pasado GRAF de Barcelona) y ahora nos lo devuelve convenientemente deglutido y asimilado.

(Carlos Vermut ya lo hizo a su manera en Cosmic Dragon; Caramba, 2012).

De La balada de Jolene Blackcountry me encantan entre otras cosas esas "piedras místicas" tan brutas y, en general, el planteamiento visual a doble página y la espectacular tinta fotoluminiscente. Con esta última, por un lado, se representa el mundo invisible / trascendente o aquello que está “velado” en la historia y, por otro, se convierte el tebeo en un OBJETO raro y valioso, que huele (mucho) y se presta a “tocamientos” varios porque ese bitono fosforescente tiene un volumen considerable. Aconsejo por ello hacerse cuanto antes con este tebeo antes de que se agote (edita Autsaider). 

El objeto en sí por cierto, formato “seudo-álbum”, en tamaño y número de páginas, certifica definitivamente las nuevas rutas que están tomando los jóvenes autores en lo que podría llamarse post-novela gráfica (seguro que Santiago dijo algo al respecto; en efecto, acabo de buscarlo, aquí, 2013, y aquí, 2016), lo que a su vez certifica la libertad que ha traído la novela gráfica a la hora de que el autor, ya responsable total de su obra, se plantee hacer con sus tebeos, literalmente, lo que le da la real gana. Temas, tratamiento formal, formatos, número de páginas, y así hasta el “infinito”. Ya no hay “revistas” de cómic a las que entregar X número de páginas mensuales; no hay un “formato estándar” al que ajustarse, no hay “géneros de ficción” que te pide el editor, al menos en mercados como el español, etc., etc., etc. 

La única pega para mi gusto de este Jolene: igual, quizá, a veces no hacían falta los textos místico-verborreico-macarrónicos, aunque también tienen su parte de risa. No lo sé, ¿eh? Solo me ha dado a veces esa impresión. El responsable de este objeto extraño, Victor Puchalski, es un autor definitivamente a seguir que no se ha estancado con Enter the Kann (Autsaider, 2016) y parece que no quiere repetirse de ningún modo. De hecho, una vez leído, este Jolene parece el "paso lógico" para superar aquello.

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La balada de Jolene Blackcountry
Victor Puchalski
40 páginas
Ausaider, 2017
Rústica, tinta sobre negro y fotoluminiscente

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(empiezo aquí unas minirreseñas sobre aquellos cómics que vaya leyendo. En ellas no atenderé a criterios “políticos” ni de “relevancia” o similares; no se trata de reseñar lo “más importante del año” ni nada por el estilo. Pretenden ser solo algunas notas sobre los cómics que acabo de leer y sobre los que tenga algo que decir)

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